El otoño en Asturias es una paleta donde los tonos ocres y carmesí de las laderas montañosas se funden con el gris austero del mar Cantábrico. En este pintoresco rincón del norte de España, lejos de las rutas turísticas habituales, se esconde un pequeño núcleo que parece detenido en el tiempo. Ubicado en la parte oriental de la región, en el municipio de Llanes, este lugar ofrece a los viajeros algo más que paisajes hermosos. Es una inmersión en una atmósfera auténtica, donde cada piedra del empedrado guarda su historia y el aire está impregnado de calma y serenidad. A solo 18 kilómetros de la capital de la comarca, abrazado por el mar y la sierra del Cuera, este oasis de tranquilidad atrae cada vez a más amantes del descanso apacible.
Pasear por sus calles es viajar a través de los siglos. La fisonomía arquitectónica del pueblo es una sorprendente mezcla de épocas y estilos. Aquí se puede contemplar la torre medieval de San Jorge del siglo XI, integrada en el posterior palacio de los condes de Vega del Sella. Muy cerca se halla un antiguo hospital de peregrinos con una capilla dedicada a la Virgen María Blanca. No es de extrañar que ya en 1953 este lugar fuera oficialmente reconocido como el pueblo más bonito de Asturias. Un toque especial lo ofrecen las llamadas «casas de indianos», lujosas villas construidas a finales del siglo XIX y principios del XX por emigrantes que regresaron de América con fortuna. Su arquitectura ecléctica, que combina motivos coloniales con modernismo europeo, contrasta fuertemente con los tradicionales caserones barrocos y humildes capillas, creando un paisaje cultural único que invita a ser explorado con calma, deteniéndose en cada detalle.
El entorno natural no tiene nada que envidiar a las bellezas creadas por el hombre. A solo unos minutos en coche se encuentra la famosa playa de Cuevas del Mar, cuyo nombre —«Cuevas junto al mar»— lo dice todo. El agua y el viento han esculpido durante milenios curiosos arcos y grutas kársticas, que durante la marea alta convierten la costa en un paisaje fantástico. Para quienes buscan tranquilidad, las playas más apacibles de San Antonio y Toranda son ideales. Otro fenómeno geológico que impresiona especialmente en otoño e invierno son los Bufones de Pría. Cuando hay tormenta, el agua del mar, impulsada por la presión, sale disparada por las grietas de la roca hasta decenas de metros de altura, creando dos atronadores géiseres de espuma. Sobre todo este esplendor se alza la Sierra del Cuera, un área natural protegida. Sus bosques de robles y hayas, teñidos de oro y cobre, ofrecen numerosas rutas de senderismo para integrarse plenamente en la naturaleza asturiana, donde es posible encontrar zorros, jabalíes y aves rapaces.
La vida aquí transcurre al ritmo de tradiciones ancestrales. En septiembre, las calles se llenan de música y alegría durante la fiesta de Santo Cristo del Amparo, considerada de Interés Turístico para todo el Principado. Un viaje otoñal no estaría completo sin descubrir la gastronomía local. Es época de platos contundentes y reconfortantes, como el «pote asturiano», un espeso guiso de alubias con embutidos. También es el momento de probar la sidra dulce recién exprimida y participar en la «amagüestu», la tradicional fiesta de la cosecha donde las castañas asadas son las protagonistas. Llegar a este rincón escondido es fácil. Desde Oviedo o Gijón, hay que tomar la autovía A-8 en dirección a Llanes y después desviarse siguiendo las señales hacia Nueva. También existe conexión en autobús de la compañía ALSA entre Oviedo y Llanes, desde donde un autobús local le llevará a su destino en solo media hora, una ruta ideal para quienes buscan armonía entre historia y naturaleza.
