
El programa nocturno «El Hormiguero» prometía ser un homenaje a Isabel Preysler, y todo empezó según lo previsto. La «reina de corazones», como la llaman en España, lucía deslumbrante a sus 74 años, vestida de azul y con tacones vertiginosos, conquistando con facilidad al presentador Pablo Motos y al público. Compartía anécdotas de su rica biografía, mientras la cámara enfocaba de vez en cuando el rostro de su hija, Tamara Falcó, sentada en el plató junto a otros invitados. Nadie imaginaba que sería precisamente la marquesa de Griñón, conocida por su sinceridad, quien daría el mayor titular de la noche.
El ambiente cambió cuando la conversación giró hacia un tema delicado: el romance de Isabel con el escritor Mario Vargas Llosa. La socialité, dispuesta a relatar un episodio del inicio de su relación, de pronto miró a su hija y le pidió permiso para contar la historia. Ese momento fue la antesala de una inesperada revelación que hizo que los espectadores vieran con otros ojos la historia de esta famosa pareja.
Isabel comenzó a relatar cómo fueron las primeras visitas del Nobel a su casa familiar, situada en la exclusiva zona de La Moraleja. Según contó, se conocían desde hacía décadas, pero nunca habían estado a solas. Tras quedarse viuda, el escritor, habitual en Madrid, empezó a visitarla. Compartió varias comidas con la familia, y durante una de ellas Tamara, de profundas convicciones religiosas, le preguntó directamente al invitado si estaba casado. El relato sonó bastante inofensivo, mostrando la curiosidad de su hija como una pregunta inocente.
Sin embargo, Tamara Falcó tenía sus propios recuerdos al respecto y no se quedó callada. Tomando la palabra, corrigió a su madre y presentó al público una versión mucho más dramática y reveladora de lo ocurrido. La marquesa explicó que su diálogo con el escritor peruano fue muy diferente. Al verlo por tercera vez en la mesa familiar, se dirigió a él con total calma: «Mario, es un placer volver a verle. ¿Y su esposa dónde está?». Según relató, esa pregunta no fue por simple curiosidad. Tamara quería dejar claro que todos en la casa sabían perfectamente cuál era su situación familiar. «Reinó un silencio sepulcral», compartió en su recuerdo. «Mi madre me fulminaba con la mirada, pero en ese momento sentí que estaba protegiendo a nuestra familia. Aunque, como resultó después, no sirvió de mucho», concluyó con una media sonrisa su relato.
Esa frase, pronunciada entre risas, fue en realidad una auténtica bomba. Quedó claro que a Tamara, y probablemente a su hermana Ana Boyer, quien también presenció aquellos hechos, no les agradaba en absoluto que su madre aceptara los cortejos de un hombre casado desde hace años. Al finalizar su intervención, la marquesa de Griñón se autodenominó irónicamente «adivina», insinuando que desde el principio no creía en el futuro de esa relación. «Miren cómo terminó todo», añadió, poniendo fin a este drama familiar transmitido en directo.






