
En pleno corazón del barrio madrileño de Carabanchel se alza la torre de la ermita de Santa María la Antigua, aunque no resulta nada fácil verla. A pesar de superar los veinte metros de altura, el edificio parece oculto a la vista de los transeúntes: no hay señales ni indicios de su valor histórico. Alrededor, el entorno recuerda a un solar abandonado, donde, en vez de turistas y amantes de la arquitectura, solo se encuentran conductores ocasionales y mecánicos de motos.
Los vecinos llevan tiempo preocupados por el destino de este monumento único del siglo XIII, reconocido oficialmente como bien de interés cultural. La ermita ha quedado atrapada en una especie de vacío: alejada de las calles concurridas y las arterias principales, sin señalización básica ni infraestructura. La situación empeora ante el hecho de que el terreno, durante años, fue un vertedero y aparcamiento improvisado, y la zona aún arrastra las huellas del pasado: allí se encontraba la tristemente famosa cárcel de Carabanchel, derribada en 2008.
Los planes para desarrollar esta parte de la ciudad incluyen la construcción de viviendas, un hospital y zonas verdes. Sin embargo, los activistas insisten en que el proyecto debe reconocer la importancia histórica de la ermita y convertirla en el eje central del nuevo espacio. Temen que los nuevos bloques de viviendas acaben «encerrando» el monumento, privándolo de visibilidad y dificultando el acceso para los vecinos.
Gracias a la persistencia de los vecinos, se lograron algunos cambios en los planes urbanísticos. En particular, se ha previsto la creación de un corredor peatonal, la conservación del antiguo acueducto romano y la apertura de un museo dedicado a la historia de la antigua prisión. Además, es relevante que los representantes del grupo ciudadano ahora participan activamente en el debate sobre el futuro del barrio.
Los problemas persisten: la ermita sigue aislada y rodeada de basura
A pesar de la reciente restauración que permitió eliminar filtraciones y reforzar los muros, el entorno sigue teniendo aspecto de rincón abandonado. Regularmente aparecen montones de escombros, neumáticos viejos y otros residuos. Los vecinos se quejan de la falta de limpieza y del escaso control por parte de los servicios municipales. Recientemente, el ayuntamiento aprobó la instalación de una barrera especial para restringir el acceso de vehículos y proteger el monumento de nuevos episodios de suciedad.
Por ahora, ni siquiera muchos vecinos de Carabanchel conocen la existencia de esta joya de la arquitectura madrileña. No hay carteles, ni información en las estaciones de metro, ni rutas de visita. Los activistas insisten: solo si la ermita se vuelve visible y reconocible podrá ocupar el lugar que merece en la vida del barrio y de la ciudad.






