
Sobre el río Duero, en el punto más alto de la antigua ciudad de Zamora, se alza una silueta inconfundible. No es simplemente una catedral, sino un verdadero manifiesto de piedra de toda una época, perfectamente integrado en el paisaje y en la historia de Castilla. Levantada en un tiempo récord para el siglo XII, apenas en 23 años, se convirtió en símbolo de la fuerza y la fe del reino bajo Alfonso VII. Sus muros severos, casi de fortaleza, guardan una sorprendente combinación de estilos y expresiones artísticas, lo que la convierte en uno de los monumentos más significativos del románico en la península ibérica.
El corazón de piedra a orillas del Duero
Lo primero que llama la atención al acercarse al edificio es su monumentalidad y unidad. A diferencia de muchas catedrales españolas, que fueron transformándose a lo largo de los siglos, esta ha conservado su núcleo románico. La fachada sur está adornada por la única puerta original que se ha mantenido, conocida como la Puerta del Obispo. Es un verdadero tratado de escultura medieval: en los capiteles y arcos se despliegan escenas bíblicas, realizadas con un nivel de detalle y maestría sorprendentes para la época. Junto a la sobria base románica se añadió con el tiempo una imponente torre del siglo XIII, y el claustro adquirió rasgos del contenido estilo herreriano, creando un diálogo arquitectónico único que se mantiene desde hace casi nueve siglos.
La cúpula orientada hacia el Este
Sin embargo, la verdadera carta de presentación de la catedral es su cúpula, o cimborio. Esta solución no tiene precedentes en la arquitectura española de la época. En lugar de la habitual bóveda románica, sobre el crucero se eleva una compleja estructura con dieciséis ventanas, coronada por una cúpula cubierta de “escamas” de piedra. Este detalle, que recuerda motivos bizantinos e incluso orientales, otorga al templo un carácter exótico y único. La construcción resultó tan exitosa e impactante que sirvió de modelo para los arquitectos que construyeron las catedrales de las vecinas Salamanca y Toro, formando así el reconocible estilo arquitectónico de la región del Duero.
Tesoros tras la sobria fachada
En el interior, las austeras paredes de piedra crean una atmósfera especial de recogimiento y serenidad. Aquí esperan al visitante verdaderas obras maestras. En primer lugar, el delicado coro, realizado por el maestro flamenco Juan de Bruselas. No menos impresionante es la escultura “Cristo ultrajado”, llena de dramatismo y expresividad. Sin embargo, el principal tesoro se esconde en las salas del museo catedralicio: una colección de tapices flamencos de los siglos XV y XVI, considerada una de las mejores del mundo. Los enormes lienzos, dedicados a la guerra de Troya, las campañas de Aníbal y la vida del rey David, impresionan no solo por su tamaño, sino también por la delicadeza de su ejecución, el brillo de sus colores y la complejidad de sus composiciones.
El pulso de la vida cultural contemporánea
Declarada Monumento Nacional en 1889, la catedral sigue siendo hoy un punto de atracción. En otoño de 2025, sus muros acogerán la prestigiosa exposición de arte religioso «Las Edades del Hombre», lo que ha exigido su cierre temporal desde finales de junio para preparar la muestra. Este acontecimiento ha convertido al antiguo templo en uno de los principales espacios culturales del país. En lugar de limitarse a ser un museo, sigue estando vivo y atrayendo a miles de personas. La entrada general para la visita cuesta 6 euros, aunque siempre es recomendable consultar los horarios vigentes, especialmente durante grandes eventos. Porque esta catedral no es una reliquia petrificada, sino un organismo vivo que une pasado y presente.






