
En la Comunidad Valenciana, la pobreza ha alcanzado niveles alarmantes. Según los últimos datos, casi un tercio de los habitantes de la región se ven obligados a sobrevivir al límite. Más de millón y medio de personas están en riesgo, y más de 600.000 viven en situación de extrema necesidad, disponiendo al mes de una cantidad apenas superior al umbral de subsistencia.
Estas cifras impresionan: se trata de uno de cada tres residentes de la región. Sin embargo, a pesar de la gravedad del problema, apenas se debate a nivel político. Mientras la sociedad enfrenta dificultades reales, las autoridades prefieren centrar su atención en otros asuntos, muchas veces menos urgentes para la población.
Resulta significativo que incluso las promesas de rebajas fiscales y ahorro para los ciudadanos no logran calar entre quienes luchan a diario por llegar a fin de mes. Las autoridades hablan de logros, pero para millones de valencianos estas palabras suenan ajenas a su realidad. La sensación de que la élite política vive en su propio mundo es cada vez más evidente.
Por otra parte, las expectativas depositadas en los partidos tradicionalmente vinculados a la agenda social tampoco se han cumplido. Ninguna de las principales fuerzas políticas ha mostrado iniciativa relevante ni ha apoyado de forma tangible a quienes atraviesan situaciones difíciles. Este silencio se percibe como indiferencia y provoca decepción entre quienes esperan protección y atención.
El problema de la pobreza en la región exige no solo acciones concretas, sino también un enfoque humano. Los habitantes esperan no solo nuevas leyes o programas, sino pasos reales y apoyo que les permitan superar la exclusión y recuperar la confianza en las instituciones. Sin embargo, por ahora la indiferencia hacia la pobreza se está convirtiendo en la nueva norma y la cohesión social queda solo en un eslogan bonito.






