
Muchos se han encontrado en la situación en la que el deseo de comer algo aparece de repente, aunque la última comida completa haya sido hace poco. A menudo, la mano se dirige hacia la comida cuando en realidad el cuerpo señala una falta de líquidos. Esta confusión común entre hambre y sed tiene una explicación científica y puede llevar a la formación de hábitos alimenticios poco saludables y al deterioro del bienestar.
La razón de este fenómeno radica en las particularidades del funcionamiento de nuestro cerebro. Como explica Andrea Azcárate Villalón, jefa del servicio de endocrinología y nutrición en el Hospital Universitario Sanitas La Moraleja, los centros responsables del hambre y la sed están situados en el hipotálamo muy cerca uno del otro. Aunque utilizan diferentes circuitos neuronales para procesar las señales, su proximidad puede provocar una interpretación errónea. El cerebro recibe la señal de falta de agua, pero la persona la percibe como una llamada a comer, especialmente si durante el día no bebe lo suficiente.
Una hidratación insuficiente puede afectar el apetito de distintas maneras. Según la especialista, en algunos casos la deshidratación puede, por el contrario, disminuir las ganas de comer, sobre todo si se acompaña de fatiga o dolor de cabeza. En otras situaciones, provoca una falsa sensación de hambre, causada por el malestar general o el intento inconsciente del cuerpo de obtener líquidos de alimentos jugosos o salados.
El organismo envía señales anticipadas de deshidratación incipiente para evitar que la situación se agrave. Entre los primeros signos se encuentran la sequedad en la boca, la disminución de la cantidad de orina y su oscurecimiento, sensación de cansancio y debilidad leve. También pueden presentarse disminución de la concentración, dolor de cabeza e irritabilidad aumentada. Es importante reconocer estos síntomas a tiempo y reaccionar adecuadamente.
Las consecuencias de la falta de agua van mucho más allá del malestar físico. Incluso una leve deshidratación afecta negativamente las funciones cognitivas: empeora la memoria a corto plazo, disminuye la capacidad de concentración sostenida y ralentiza la velocidad de pensamiento. A nivel emocional, puede manifestarse como ansiedad sin motivo aparente, apatía o irritabilidad. El cerebro es muy sensible al equilibrio hídrico, por lo que estos efectos aparecen rápidamente.
Para aprender a diferenciar estas dos sensaciones, la experta propone un método simple y eficaz. Si sientes hambre, bebe un vaso de agua y espera 15–20 minutos. Si la sensación disminuye o desaparece por completo, era sed. Si persiste, probablemente sea hambre real. Otros indicios pueden ser los síntomas asociados: la sed suele ir acompañada de sequedad bucal, mientras que el hambre se asocia con una sensación de vacío en el estómago.
En los casos en que se sospecha deshidratación crónica, los médicos recurren a un diagnóstico integral. Este incluye el análisis de la historia clínica del paciente, la revisión de la piel y las mucosas, así como estudios de laboratorio. Los especialistas pueden medir la osmolaridad del plasma, los niveles de sodio y urea en sangre, así como el volumen y la concentración de la orina. En situaciones más complejas, para evaluar el equilibrio hídrico del organismo se utilizan el análisis de bioimpedancia y otros métodos.






