
Para muchos residentes en España, la vuelta a la oficina en septiembre tras las vacaciones de verano resulta decepcionante. El efecto renovador del descanso desaparece rápidamente, a veces en cuestión de horas. De inmediato vuelven el cansancio, la irritación y la sensación de falta de sentido. Especialistas en psicología señalan que, si el tan esperado descanso no aporta alivio, el problema radica mucho más profundo que en las tareas acumuladas durante la ausencia. Según ellos, estamos ante una tendencia peligrosa, donde la sobrecarga y el estrés acaban por asumirse como una parte inseparable de la vida laboral.
La cuestión clave no es cuánto tiempo ha durado el descanso, sino la calidad real del mismo. Los estudios demuestran que los beneficios de las vacaciones se esfuman casi de inmediato si la persona regresa al mismo entorno tóxico y sobrecargado que la llevó al agotamiento. La auténtica recuperación no se consigue solo con días lejos del trabajo, sino con una verdadera desconexión psicológica, realizando actividades placenteras y disfrutando momentos con seres queridos sin estar pensando constantemente en asuntos laborales. Cuanto más profunda sea esta ‘desconexión’, mayor será el beneficio para la salud mental y física.
En el ámbito profesional, cada vez se habla más no solo del burnout, sino también de otras dos formas insidiosas: burnon y boreout. El burnout clásico se define como un estado de agotamiento emocional, mental y físico total, provocado por el estrés crónico. La persona se vuelve cínica, distante y pierde la confianza en su capacidad profesional. El burnon, o «depresión oculta», es un concepto más reciente que describe el estado en que un empleado sigue cumpliendo con sus responsabilidades, pero lo hace al límite de sus fuerzas, experimentando una tensión interna constante y rechazo hacia el trabajo. Por otro lado, el boreout es la otra cara de la moneda: un agotamiento causado por el aburrimiento, la falta de tareas interesantes y la sensación de inutilidad en el puesto laboral.
La Organización Mundial de la Salud ya ha reconocido el burnout como un fenómeno profesional, incluyéndolo en la Clasificación Internacional de Enfermedades. No se trata simplemente de un mal estado de ánimo, sino de una condición seria que requiere atención. Entre las señales de alarma están el cansancio crónico que no desaparece ni siquiera después de dormir, la pérdida de energía y entusiasmo por tareas que antes resultaban atractivas. A esto se suman problemas de concentración, baja autoestima e incluso síntomas físicos como dolores de cabeza, insomnio o trastornos digestivos. Reconocer estos signos a tiempo permite tomar medidas antes de que el agotamiento se vuelva crónico.
Aunque las principales causas del desgaste laboral suelen atribuirse a las condiciones de trabajo y la cultura organizacional, las características individuales también desempeñan un papel. Están en mayor riesgo las personas con ansiedad elevada, perfeccionistas, así como quienes tienden al control total y la competitividad. Estadísticamente, este problema afecta con mayor frecuencia a jóvenes profesionales, personas con educación superior y quienes no están casados. Sin embargo, es importante entender que no se trata de una debilidad de carácter, sino de una respuesta del organismo a un entorno laboral poco saludable.
El agotamiento de un solo empleado inevitablemente afecta a todo el equipo. Genera un clima negativo, provoca conflictos y disminuye la productividad general. El distanciamiento y el cinismo pueden ser “contagiosos”, extendiéndose a otros miembros del equipo y debilitando las relaciones laborales. En última instancia, esto conduce a una alta rotación de personal, un aumento en las bajas por enfermedad y un deterioro general de la calidad de vida de los trabajadores.
La solución al problema requiere un enfoque integral. A nivel individual, es necesario aprender a establecer límites saludables entre el trabajo y la vida personal, practicar técnicas de relajación y dedicar tiempo a los hobbies. Sin embargo, estos esfuerzos serán en vano sin cambios a nivel organizativo. Las empresas deben revisar la gestión de la carga laboral, ofrecer mayor autonomía a los empleados, reconocer sus logros y fomentar una cultura de respeto mutuo. Políticas como el «derecho a desconectarse», el respeto al tiempo personal y un liderazgo adecuado que sea ejemplo de equilibrio saludable son pasos clave para crear un ambiente laboral sano.






