
En el corazón de las montañas leonesas, donde las cumbres besan las nubes y el aire es cristalino, existe un mundo ajeno al paso del tiempo. No es solo un paisaje pintoresco, sino un portal al remoto pasado del planeta. Aquí, lejos de las rutas turísticas y el bullicio urbano, se extiende una masa forestal cuyas raíces se hunden en la antigüedad más profunda. Al llegar, uno se siente una mota ante la eternidad, rodeado de testigos vivos de miles de años de historia de la Tierra, que han preservado su poder y belleza primigenios.
Este rincón asombroso de la naturaleza se llama Pinar de Puebla de Lillo y es la joya del parque regional “Montañas de Riaño y Mampodre”. Situado en la cabecera del río Porma, representa uno de los pinares autóctonos más antiguos y mejor conservados de toda la Península Ibérica. Sus principales habitantes son los imponentes pinos silvestres. Piénsalo: algunos de estos gigantes superan los cuatro mil años de edad. Sus troncos robustos, de hasta tres metros de perímetro y cubiertos de corteza arrugada, sostienen copas que se alzan a treinta metros de altura, como si buscaran tocar el cielo. Junto a estos patriarcas crecen hayas, elegantes abedules, majestuosos robles, acebos perennes y serbales, formando un mosaico natural de belleza única que se transforma con cada estación.
El bosque antiguo no es solo una colección de plantas raras, sino un verdadero hogar para numerosos animales. En sus sombras encuentran refugio elegantes corzos y ágiles rebecos pirenaicos, cuyas siluetas pueden divisarse al amanecer en las laderas de las montañas. Sin embargo, el auténtico símbolo de este lugar es el urogallo cantábrico, un ave rara y en peligro de extinción. Su presencia es el mejor indicador de la salud y pureza de este ecosistema. Pasear por los senderos de esta reserva natural ofrece sensaciones únicas. La luz del sol, filtrándose entre densas copas, crea un juego mágico de luces y sombras sobre el suelo cubierto de un suave manto de musgo y agujas caídas. El aire está impregnado del intenso aroma de la resina y la tierra húmeda, y solo el canto de los pájaros y el susurro de las hojas rompen el silencio.
Para preservar este delicado entorno para las futuras generaciones, todo el bosque ha sido declarado zona protegida con un régimen especial de visitas. El acceso está estrictamente limitado, no por capricho de las autoridades, sino por necesidad vital. Quienes quieran recorrer la senda especialmente habilitada de unos 6,5 kilómetros deben obtener previamente un permiso del Departamento de Medio Ambiente del gobierno de Castilla y León. La ruta es sencilla y permite disfrutar plenamente de la vista de árboles milenarios, cruzando pequeños arroyos y llegando a claros bañados por el sol. Para información sobre visitas guiadas, acuda al centro de visitantes “Casa del Parque Valle de Porma”. Visitar este bosque no es solo una excursión: es una auténtica peregrinación a los orígenes, la oportunidad de tocar un monumento vivo de la naturaleza, donde cada árbol guarda la memoria de los milenios.






