
En el noroeste de la Península Ibérica, donde el Océano Atlántico se adentra en tierra firme formando singulares fiordos, se extiende una tierra de colinas verdes y viento salado. Es Galicia, una región con alma celta y corazón marinero. Precisamente aquí, en la provincia de Pontevedra, se esconde, lejos del bullicio de las grandes ciudades, una pequeña pero increíblemente pintoresca localidad. Se encuentra en pleno centro de la comarca de O Salnés, a orillas de la pintoresca ría de Arousa. Es un lugar donde las viñas llegan casi hasta la misma orilla del agua y el aire está impregnado de aromas del océano y de uvas en flor.
El legado de piedra de aristócratas y marineros
Pasear por este pueblo es sumergirse en el pasado. Parece que el tiempo aquí se ha detenido en el gris granito de los antiguos pazos y en los escudos de familias nobles que adornan sus fachadas. Las calles empedradas serpentean entre los edificios, conduciendo a amplias plazas que durante siglos han sido centro de la vida social. El principal referente arquitectónico es, sin duda, la plaza de Fefiñáns. Este conjunto del siglo XVII, que incluye un elegante palacio y la iglesia de San Benito, está considerado como uno de los más bellos ejemplos de barroco gallego. Sus líneas severas y a la vez elegantes crean una atmósfera única de aristocratismo.
Pero la historia de la localidad no es solo el esplendor de la nobleza. También es una dura lucha por la supervivencia. De ello da testimonio la torre de San Sadurniño, que se alza solitaria en un pequeño islote conectado a la orilla por un antiguo puente. En su día, formó parte de un sólido sistema defensivo que protegía la desembocadura del río de los ataques vikingos. El lugar más místico y romántico, considerado como tal con razón, son las ruinas de la iglesia de Santa Mariña Dozo. Los arcos y muros sin techo que aún se conservan, cubiertos de musgo, crean un espacio único al aire libre, donde la arquitectura gótica se funde con la naturaleza. Es un sitio de interés nacional que atrae por su misteriosa belleza.
El oro blanco de Rías Baixas
Sin embargo, la verdadera fama de esta localidad costera está ligada, más que a la arquitectura, a una bebida venerada aquí como sol líquido. Se trata del vino blanco fresco, aromático, de acidez ligera y notas minerales, elaborado con la variedad de uva Albariño. La localidad presume orgullosa de ser la capital mundial no oficial de este vino y es el centro de la región vitivinícola amparada por la Denominación de Origen Rías Baixas. Decenas de bodegas, desde grandes productores hasta pequeños establecimientos familiares, abren sus puertas a los aficionados. Aquí se puede no solo degustar distintas variantes del vino, sino también descubrir los secretos de su elaboración, pasear por los viñedos y escuchar las historias de los bodegueros, que transmiten su arte de generación en generación.
La culminación de esta cultura del vino llega con el festival anual, que se celebra la primera semana de agosto y ostenta la categoría de evento de Interés Turístico Nacional. Durante varios días, la ciudad se transforma en un hervidero de alegría. Las calles se llenan de miles de personas, la música resuena por todas partes y en pabellones especiales los mejores productores de la región presentan sus vinos. Es una auténtica fiesta de la vida, donde las catas se acompañan con los mariscos más frescos, capturados en la misma ría de Arousa. Los lugareños aseguran que aquí se puede comprender la esencia del carácter gallego: hospitalario, alegre y estrechamente vinculado a su tierra y al mar.
Entre senderos y la brisa del océano
Para quienes buscan escapar del ajetreo urbano y conectar con la naturaleza, los alrededores también ofrecen muchas opciones interesantes. Por ejemplo, se puede recorrer la ruta peatonal “Ruta de la Piedra y del Agua”. Este pintoresco sendero discurre a orillas del río, entre árboles frondosos, antiguos molinos de agua y pequeñas cascadas, uniendo el pueblo con el antiguo monasterio de Armenteira. Es la manera ideal de experimentar la atmósfera tranquila y sosegada del interior gallego, donde los únicos sonidos son el susurro de las hojas y el murmullo del agua.
Y al volver, vale la pena pasear por el paseo marítimo. Aquí, inhalando el aire salado, se puede observar a los pescadores en el puerto regresando con sus capturas, o simplemente disfrutar de las vistas a la ría y a la cercana isla de Illa de Arousa. No dejes de subir al mirador de A Pastora, desde donde se despliega una panorámica impresionante de toda la zona: viñedos interminables, tejados de teja roja y el azul profundo del océano. Lo mejor es terminar el día en uno de los numerosos restaurantes locales, pidiendo un plato de mejillones recién cocidos, vieiras o el famoso pulpo a la gallega. La combinación de los productos del mar y una copa de vino local fresco ofrece una experiencia gastronómica inolvidable. Es precisamente esta fusión del pasado aristocrático, las vivas tradiciones marineras y la destacada cultura vinícola lo que convierte este lugar en una parada obligatoria para quienes buscan la España auténtica, alejada del turismo masivo.





