En el noroeste de la península ibérica se alza un legado monumental de la ingeniería antigua, sin parangón en todo el mundo. Se trata de un grandioso anillo defensivo que, tras más de diecisiete siglos, ha conservado su configuración original y hasta hoy rodea el centro histórico de una de las ciudades gallegas. Su excepcional integridad y aspecto majestuoso lo convierten en una auténtica joya arquitectónica, reconocida internacionalmente como un destacado ejemplo del arte fortificado de la época imperial.
Se trata del perímetro defensivo de la ciudad conocida en la antigüedad como Lucus Augusti. Su construcción tuvo lugar en el turbulento período de finales del siglo III y comienzos del IV, cuando la poderosa potencia enfrentaba crisis internas y amenazas externas. La principal función de esta obra ciclópea era proteger uno de los centros administrativos clave del noroeste peninsular. El cinturón de piedra, con más de 2.120 metros de longitud, paredes que varían de 8 a 12 metros de altura y hasta 7 metros de grosor, forma una impresionante barrera que encierra unas 34 hectáreas del casco antiguo.
Originalmente, la línea defensiva estaba coronada por 85 torres, y el acceso a la ciudad se realizaba a través de cinco puertas, de las cuales la Porta Miñá es la que mejor se ha conservado hasta nuestros días. Actualmente, tras numerosas reconstrucciones y adaptaciones a las necesidades de una ciudad en crecimiento, permanecen 71 torres, y el número total de accesos en el perímetro defensivo ha alcanzado los diez. La construcción se realizó siguiendo los tratados del famoso ingeniero Vitruvio. Sus robustos muros, levantados con pizarra y granito y unidos con una mezcla de tierra y guijarros, han resistido el paso de los siglos con notable firmeza. El perímetro, con sus salientes semicirculares y tramos rectos entre ellos, formaba parte de un sistema defensivo completo que incluía un foso y una zona libre interna llamada intervalum.
En el siglo XIX, cuando la expansión urbana comenzó a extenderse más allá del antiguo centro, surgió la necesidad de crear nuevos accesos. Sin embargo, a diferencia de muchas otras ciudades europeas, aquí se tomó la decisión de no demoler la antigua muralla, sino integrarla en el tejido urbano moderno. Este hecho distingue a esta fortificación de otros recintos antiguos, convirtiéndola en un ejemplo que ha llegado hasta nosotros con su integridad original. Hoy en día, la parte superior del cinturón de piedra, que antes servía como camino de ronda, se ha transformado en un bulevar accesible al público. Pasear por él permite contemplar panorámicas espectaculares del centro histórico, la catedral y el museo provincial. Recorrer estos casi dos kilómetros es hacer un viaje por el pasado vivo, conectando con la grandeza y el ingenio de los ingenieros de una época ya desaparecida. Para una inmersión más profunda en el contexto de esta obra, en el centro de la ciudad existe un centro de interpretación que ayuda a comprender la magnitud del trabajo realizado y su papel en la evolución urbana.
No es solo un monumento arqueológico. Es un símbolo vivo de la identidad y el orgullo de una ciudad que creció bajo la protección de sus sólidas piedras y un recordatorio tangible del gran legado dejado en suelo español.
