
En el mundo actual, saturado de información y con el ruido constante de los dispositivos electrónicos, la idea de desconectarse por completo parece casi utópica. Sin embargo, en el corazón de las montañas andaluzas, lejos de las rutas turísticas, existe un rincón donde el tiempo parece haberse detenido. Es un lugar donde el silencio solo se ve interrumpido por el canto de los pájaros y el susurro de las copas de los pinos, y donde la ausencia de señal móvil no se percibe como una desventaja, sino como su mayor virtud.
Se trata de El Acebuchal, una diminuta aldea enclavada entre los municipios de Cómpeta y Frigiliana, dentro del parque natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Su historia es dramática y está llena de giros inesperados. En 1949, en los sombríos años de la posguerra, la vida aquí se detuvo abruptamente. Las autoridades ordenaron la expulsión forzosa de todos los habitantes. La razón oficial fue su supuesta colaboración con los maquis, guerrilleros que encontraban refugio en estas remotas montañas y continuaban la lucha contra el régimen de Franco. Así, lo que fue un pueblo lleno de vida quedó despoblado y se convirtió en un lugar fantasma.
Durante casi cincuenta años, El Acebuchal permaneció abandonado. Los muros de piedra de las casas se desmoronaron, los techos se vinieron abajo y las calles fueron invadidas por maleza y matorrales. Parecía que este lugar había desaparecido para siempre del mapa de España. Sin embargo, a finales del siglo XX ocurrió un verdadero milagro. Varias familias, descendientes de aquellos antiguos habitantes expulsados, decidieron devolverle la vida a su tierra natal. Al frente de este movimiento estaban Virtudes Sánchez y Antonio García, conocido como «El Zumbo». Con una perseverancia increíble y prácticamente sin ayuda externa, ellos, junto a otros entusiastas, iniciaron un minucioso proceso de restauración. Piedra a piedra, casa por casa, resucitaron el pueblo de entre las ruinas, intentando preservar su aspecto original y su espíritu.
El Acebuchal actual es una estampa idílica: casitas blancas de tejados de teja, rodeadas de la vegetación del pinar. No es solo una aldea reconstruida, sino un verdadero monumento a la voluntad humana y al amor por las raíces. El pueblo cuenta con apenas unas decenas de edificios, algunos de los cuales se han convertido en acogedoras casas rurales y hoteles de campo, como The Lost Village o Casa Almijara. Aquí se viene para desconectarse unos días, pasear por sus calles empedradas y disfrutar de la naturaleza virgen. Para los amantes del turismo activo, hay numerosas rutas de senderismo que se adentran en la sierra, como la que conduce a la cima del Cerro Lucero.
El centro de la vida social y principal atractivo gastronómico es el restaurante «El Acebuchal». Está gestionado por los hijos de aquellos restauradores originales, lo que aporta al lugar una atmósфера especial de continuidad generacional. Aquí se pueden degustar platos que preparaban sus antepasados: pan recién horneado según antiguas recetas, contundentes guisos de caza y otras especialidades tradicionales cuyo sabor transporta al pasado. Este establecimiento no es solo un punto de interés para gourmets, sino el alma de la aldea resucitada. Aunque el pueblo ya aparece en los mapas electrónicos, sigue conservando un aura de misterio y aislamiento, ofreciendo a sus visitantes un lujo poco común en 2025: la oportunidad de encontrarse a solas consigo mismo y con la naturaleza.






