
Entre las cumbres de los Picos de Europa, alejado del bullicio de las ciudades modernas, se esconde un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. Se trata de San Esteban de Cuñaba, una diminuta aldea asturiana a la que se llega por una carretera estrecha y serpenteante que asciende desde el desfiladero de La Hermida. El trayecto, de poco más de diez kilómetros desde el pueblo de Panes, es ya de por sí una aventura. El camino discurre entre paredes de roca vertical y bosques de castaños, preparando al visitante para algo especial. Al llegar, se tiene la sensación de haber entrado en una realidad paralela, donde unas pocas familias siguen preservando tradiciones ancestrales y resisten al olvido.
Un punto de inflexión en la historia de este apartado rincón llegó el 19 de octubre de 1990. Ese día, el entonces Príncipe de Asturias —hoy el rey Felipe VI— entregó a los vecinos el primer premio de la historia a la «Aldea Ejemplar de Asturias». Este acontecimiento cambió para siempre el destino del pueblo, que durante décadas se había visto afectado por el éxodo rural y apenas se había recuperado de las devastadoras inundaciones de 1983. El galardón, que ahora se concede cada año a comunidades rurales por su esfuerzo colectivo, trajo no solo recursos, sino también esperanza. Fue el catalizador de su resurgir.
Tras recibir el reconocimiento, los habitantes emprendieron con renovado ímpetu la restauración de su hogar. Rehabilitaron calles y edificios, repoblaron los bosques y revitalizaron la vida comunitaria. Sin embargo, el mayor logro fue fortalecer el espíritu de resistencia ante el éxodo rural. Hoy, décadas después, el pueblo conserva su esencia original. Las casas de piedra con balcones de madera tallada y el silencio, solo interrumpido por el tintineo de los cencerros y el susurro del viento, crean una atmósfera única de la auténtica y virginal Asturias.
Uno de los símbolos más queridos por la comunidad es el viejo castaño, plantado aún a finales del siglo XVI. En 1994, este árbol gigante cayó, pero los vecinos conservaron su tronco como homenaje a las generaciones que crecieron bajo su sombra. Esta historia es la metáfora perfecta del propio pueblo: herido por el tiempo, pero nunca vencido. Alrededor de este monumento natural se extienden calles empedradas y galerías que recuerdan las antiguas formas de vida. Hoy en día, San Esteban de Cuñaba también atrae a los amantes del senderismo. Desde aquí parten rutas señalizadas como la “Senda del Pastor” (PR AS-208), así como caminos que conducen a las aldeas vecinas de Oceño y Tresviso. Desde el mirador se contempla una de las vistas más impresionantes del oriente asturiano: al sur se impone el macizo de Ándara, al norte la Sierra del Cuera, y entre ambos, como suspendido en la niebla, se extiende este prodigio rural.
A pesar de su tamaño diminuto, San Esteban de Cuñaba sigue siendo un motivo de orgullo para toda la región. Sus paisajes naturales, la historia de superación y la tranquilidad intacta lo convierten en un lugar que permanece grabado en la memoria del viajero. En una época de prisas constantes, este pequeño pueblo demuestra que todavía existen rincones donde el pasado sigue vivo: sereno y firme, entre majestuosas montañas. Se puede llegar tanto desde Llanes como desde Unquera por la carretera N-621, siguiendo la señal hacia Cuñaba. Desde Gijón y Oviedo, la ruta más directa es por la autopista A-8, el trayecto hasta Panes dura aproximadamente hora y media. Un viaje desde Santander por la misma A-8 será más corto, algo más de una hora. Para quienes parten de Madrid, el trayecto será más largo: por las autopistas A-67 y A-8, tardarán alrededor de cinco horas hasta llegar al corazón verde de los Picos de Europa.






