
Al final de la semana, los círculos políticos de España se vieron envueltos nuevamente en un intenso debate sobre el futuro del país en la Alianza Atlántica. El motivo fueron las contundentes declaraciones de Donald Trump, quien, durante un encuentro con el líder finlandés Alexander Stubb en Washington, insinuó la posibilidad de excluir a España de la OTAN. Estas palabras provocaron una fuerte reacción en Madrid y generaron discusión en las capitales europeas.
Sin embargo, al revisar los documentos fundacionales de la Alianza, queda claro: no es posible expulsar a un país de la OTAN, incluso si así lo desearan los miembros más influyentes. El Tratado de Washington, firmado en 1949, solo prevé la salida voluntaria de un Estado miembro. El artículo 14 establece claramente que un país puede abandonar la organización por su propia voluntad, notificándolo con antelación. Pero simplemente no existe un mecanismo de expulsión forzosa.
La historia de la Alianza cuenta con ejemplos en los que algunos Estados expresaron su descontento con la política interna de la OTAN. En la década de 1960, Francia, insatisfecha con el dominio de Estados Unidos y Reino Unido, abandonó la estructura militar, pero permaneció dentro del marco político de la organización. Las fuerzas francesas dejaron de estar bajo mando unificado y la sede de la OTAN se trasladó de París a Mons. Sin embargo, Francia no rompió sus compromisos como aliada ni abandonó completamente la Alianza.
España se unió a la OTAN tras el referéndum de 1986. En un principio, el país mantuvo cierta distancia del mando militar, pero a finales de los años noventa, el gobierno de Aznar logró la plena integración de las Fuerzas Armadas en las estructuras de la Alianza. Desde entonces, España sigue siendo un miembro de pleno derecho, a pesar de las disputas periódicas sobre el gasto militar y el papel del país en la defensa colectiva.
La influencia de Estados Unidos en la OTAN es indiscutible: un general estadounidense lidera tradicionalmente el mando conjunto en Europa y Washington custodia el original del tratado fundacional. Sin embargo, ni siquiera esta posición otorga a EE.UU. el derecho de decidir el destino de otros miembros. A lo largo de la historia de la Alianza, ningún país ha sido expulsado, incluso cuando su política no complacía a los socios. Basta recordar los periodos de dictaduras militares en Portugal y Grecia, o los actuales desacuerdos con Hungría.
Así, pese a las declaraciones tajantes y las maniobras políticas, España puede estar segura: su pertenencia a la OTAN está protegida por el derecho internacional. Cualquier amenaza de expulsión no es más que retórica política, sin base real.





