
En 2021, la fundación de Amancio Ortega, fundador de Zara, anunció una gran iniciativa solidaria: siete comunidades autónomas de España recibieron como donación diez equipos únicos para el tratamiento del cáncer. El valor total de estos equipos alcanzó los 280 millones de euros. Sin embargo, pese al anuncio mediático, ninguno de estos aparatos se utiliza todavía en hospitales públicos. Como consecuencia, los pacientes se ven obligados a acudir a clínicas privadas y los presupuestos autonómicos gastan millones en costear estos tratamientos.
Un largo camino hasta el arranque: tecnología, burocracia y obras
Los primeros pacientes podrán acceder a tratamiento con estas nuevas máquinas no antes de finales de 2026, y solo en Galicia. En Madrid y Comunitat Valenciana, la puesta en marcha se espera en 2027, y el proyecto funcionará a pleno rendimiento únicamente en 2029. Las causas del retraso son varias. En primer lugar, los aparatos anunciados simplemente no existían: hubo que encargarlos y fabricarlos desde cero. En segundo lugar, la construcción de las instalaciones necesarias para albergar una tecnología tan compleja ha resultado extremadamente laboriosa y costosa. Por ejemplo, en Valencia están levantando un auténtico búnker con nueve capas de hormigón armado y paredes de 2,5 metros de grosor, para garantizar la máxima seguridad.
A esto se suman las dificultades para seleccionar y formar especialistas, así como los controles y licencias exigidos por el regulador nuclear. Cada fase exige tiempo y múltiples autorizaciones, lo que incrementa aún más los plazos del proyecto.
Pacientes entre la sanidad pública y la privada
Mientras los centros públicos aún se están construyendo, los pacientes se ven obligados a acudir a clínicas privadas que ya disponen de este tipo de equipos. Por ejemplo, en Madrid funcionan dos centros de este tipo: uno en la Clínica Universidad de Navarra y otro en la red Quirón. En los últimos tres años, solo en la capital han recibido tratamiento 156 personas, la mayoría de ellas niños. Las cantidades que las comunidades autónomas pagan a las clínicas privadas son significativas: solo Madrid gasta unos dos millones de euros al año en estos servicios.
En Galicia, el gasto en tratamientos en clínicas privadas se ha multiplicado casi por cinco en cuatro años. En 2020 se destinaron menos de 200.000 euros a este fin, y para 2024 la cifra se acerca al millón. Una situación similar se observa en Andalucía, donde el precio de un ciclo terapéutico puede llegar a 59.000 euros.
¿Cuándo cambiará la situación?
Mientras continúan las obras y el proceso de licencias, las comunidades no pueden prescindir de los servicios de las clínicas privadas. Incluso regiones que no recibieron equipamiento del fondo Ortega, como Cantabria, se ven obligadas a firmar contratos millonarios para tratar a sus pacientes. Se espera que los primeros centros públicos empiecen a funcionar no antes de finales de 2026, y que el sistema esté plenamente operativo en 2029.
Hasta entonces, los presupuestos autonómicos seguirán asumiendo costes adicionales y los pacientes deberán esperar para acceder a tratamientos avanzados en hospitales públicos. España podría perder casi una década en implementar una tecnología que ya podría estar salvando vidas.






