
En el noroeste de la península ibérica, donde la tierra se encuentra con el bravo Atlántico, existe un tramo de costa que asombra a quien lo contempla. En la comarca de A Mariña Lucense, los acantilados costeros muestran una plasticidad sorprendente, como si un gigante invisible hubiera moldeado capas de granito en formas caprichosas. Aquí, la fuerza del océano y el paso del tiempo han creado un paisaje sin igual. Altas paredes de piedra, de hasta cuarenta metros, están surcadas por profundas grietas que evocan la imagen de gigantescas hojas arrugadas y erigidas frente al incesante embate de las olas. Este rincón natural combina un legado geológico, ecos de un pasado industrial y panoramas que dejan sin aliento.
El epicentro de este espectáculo natural se encuentra en la franja costera del municipio de Xove, en las proximidades del cabo Punta Morás. Es aquí donde se alzan los famosos acantilados, cuyos pliegues y capas de granito dibujan caprichosos relieves. La zona goza de un alto nivel de protección, formando parte de los territorios ZEC (Zona Especial de Conservación «Costa Occidental de Mariña»), ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves) y LIC (Lugar de Importancia Comunitaria). Desde el mirador natural se contemplan vistas impresionantes: al este se distinguen los islotes Farallóns y al oeste, el islote Ansarón y la cadena rocosa de As Salceiras. Ansarón, que ocupa una superficie de unas diez hectáreas y alcanza casi ochenta metros de altura, alberga colonias de aves marinas, en particular la gaviota patiamarilla y el cormorán moñudo.
El viaje a estas formaciones geológicas es mejor iniciarlo desde el pequeño puerto de O Portiño de Morás. Aquí aún se puede ver la rampa de la antigua factoría ballenera, que funcionó hasta 1977 y recuerda el pasado de esta dura región. Desde el aparcamiento de tierra parte un sendero costero que conduce directamente a los acantilados. Es posible prolongar la ruta siguiendo el camino “Senda Costeira de Xove” hasta la playa de Praia de Portocelo y regresar por la carretera interior. Al inicio del recorrido llaman la atención las enormes estructuras de hormigón llamadas dolos. Estos bloques, que pesan entre 30 y 50 toneladas, se fabricaron aquí mismo para la construcción del puerto de San Cibrao. Muchos fueron considerados defectuosos y quedaron esparcidos por la zona, convirtiéndose con el tiempo en una parte inseparable del paisaje industrial y natural.
La ruta en sí es sencilla y corta, lo que permite observar con detenimiento el relieve y apreciar detalles únicos. En los cortes del granito se distinguen vetas claras, oquedades formadas durante milenios por el viento salino y profundas grietas que evidencian la fuerza destructiva de las olas. Al subir al mirador improvisado, se puede valorar plenamente la magnitud del paisaje. Desde aquí se abre la famosa vista de los pliegues de piedra que dieron nombre no oficial a este lugar. Dada la cercanía al océano y la naturaleza abierta del entorno, se recomienda llevar calzado con buen agarre y extremar la precaución sin acercarse demasiado al borde de los acantilados. Respetar las señalizaciones y las normas de conducta en este espacio protegido es clave para preservar uno de los paisajes costeros más impresionantes del noroeste de España, que por su belleza y singularidad no tiene nada que envidiar a otros conocidos atractivos de la región.






