
Para la mayoría de los viajeros, la Costa del Sol suele asociarse con una interminable sucesión de hoteles de lujo, campos de golf de un verde intenso y paseos marítimos bulliciosos e iluminados. Parece que en este reino perfectamente urbanizado, donde cada metro cuadrado está aprovechado al máximo, no queda ni un solo rincón para la naturaleza salvaje e indómita. Sin embargo, esta impresión es profundamente engañosa. A escasos kilómetros del epicentro de la vida glamurosa, Marbella, se esconde un verdadero tesoro que los habitantes de la provincia de Málaga prefieren no publicitar, protegiéndolo instintivamente de los incesantes flujos de turistas. Este lugar asombroso es el monumento natural Dunas de Artola, también conocido como Cabopino.
Basta con desviarse de la transitada carretera para sentirse transportado a otro mundo, a una dimensión diferente. En lugar de asfalto y cemento ardiente bajo los pies, hay una suave y fina arena dorada, y el aire está impregnado no de gases de escape, sino del aroma denso y resinoso de los pinos calentados por el sol y la fresca brisa salina. Esta singular franja costera, que abarca casi veinte hectáreas, fue protegida debidamente por la Junta de Andalucía ya en 2003. Y esta decisión resultó totalmente justificada. Aquí se conserva uno de los últimos y, sin duda, más impresionantes sistemas de dunas de toda la costa sur de España, cuyos paisajes recuerdan más a los parajes atlánticos de Cádiz o Huelva que a una animada meca turística.
El paisaje de este enclave natural es un mosaico complejo y estratificado, formado por la naturaleza a lo largo de milenios. Justo al borde del agua se extienden las dunas más jóvenes y móviles, que están en constante movimiento y cambian de forma bajo la acción del viento y las olas del mar. Un poco más alejadas de la costa, hacia el interior, comienzan las dunas inactivas, cuyas laderas ya están densamente cubiertas por la típica vegetación mediterránea, que con sus raíces fija las arenas volátiles. Y en la parte más profunda, bajo la fresca sombra de un extenso pinar, es posible encontrar verdaderos relictos geológicos: dunas fósiles. Estos son antiguos montículos de arena petrificada, formados en otra era geológica. Entre este reino de arena prosperan plantas como el lirio de mar con sus delicadas flores blancas, el cardo azul marino y el duro agropyron, creando un ecosistema frágil pero sorprendentemente resistente.
Pero este lugar no solo destaca por su belleza natural. Justo en una de las dunas más altas se alza, como un guardián, la antigua torre de vigilancia Torre de los Ladrones, cuyo nombre se traduce como “Torre de los Ladrones”. Esta robusta fortificación defensiva, reconocida desde hace tiempo como Bien de Interés Cultural en España, fue construida en la turbulenta época de la dinastía nazarí para proteger la costa de los constantes ataques de los piratas bereberes. Su silueta de piedra, erosionada por el tiempo, es un silencioso recordatorio de la agitada y peligrosa historia de estas tierras. Desde la cima de la torre se despliega una impresionante vista panorámica de la costa, y resulta fácil imaginar cómo, siglos atrás, los centinelas vigilaban incansablemente el horizonte azul esperando la aparición de velas enemigas.
El corazón de este monumento natural es, sin duda, la playa de Artola, que se extiende por más de un kilómetro a lo largo del mar azul turquesa. Es conocida por su aspecto prácticamente virgen, la ausencia total de edificaciones densas y sus aguas sorprendentemente limpias, transparentes y poco profundas cerca de la orilla, lo que la convierte en un lugar ideal para unas tranquilas vacaciones en familia. Aquí no encontrará un servicio intrusivo ni música estridente de los bares, solo el mar infinito, la arena suave y el cielo amplio. Cabe destacar que la parte occidental de la playa es uno de los lugares más conocidos y frecuentados por aficionados al naturismo, que aprecian la atmósfera de completa libertad y conexión con la naturaleza. Para la comodidad de los visitantes y la protección del frágil entorno, se han instalado pasarelas de madera sobre las dunas. Pasear por ellas permite disfrutar plenamente de la belleza del entorno sin dañar el ecosistema vulnerable, y sentirse un verdadero explorador en su propio planeta.





