
Las Islas Canarias no son solo destinos turísticos populares, sino todo un universo de contrastes. Detrás de las concurridas zonas turísticas se esconden rincones donde el tiempo parece haberse detenido. Aquí, los desiertos volcánicos dan paso a bosques relictos, y las bulliciosas avenidas costeras dejan lugar a pueblos tranquilos con casas encaladas y calles empedradas. Cada uno de estos lugares guarda su propia historia y ofrece al viajero mucho más que solo descanso junto al océano: la oportunidad de acercarse a la auténtica vida isleña.
En la parte norte de la isla de La Gomera, sobre una especie de altiplano natural, se encuentra el pueblo de Agulo. No es casualidad que los lugareños lo llamen “la joya”, ya que realmente parece sacado de un cuento. El pueblo parece suspendido entre terrazas verdes y la inmensidad azul del Atlántico. Desde aquí, desde este mirador natural, en los días despejados se disfruta de una imponente vista al volcán Teide, que se eleva en la vecina Tenerife. Es un lugar para quienes buscan soledad, naturaleza virgen y la sensación de volar.
Pasear por el centro histórico de Agulo es un viaje al pasado. Calles estrechas y empedradas serpentean entre casas ordenadas de tejados de teja roja que destacan sobre las paredes blancas. La arquitectura tradicional canaria se conserva aquí con un esmero extraordinario: balcones de madera tallada, acogidos patios interiores y pequeños huertos familiares. Da la impresión de que el ritmo de vida no ha cambiado en siglos y que en el aire flota una tranquilidad y sosiego difícil de encontrar en las grandes ciudades.
Pero Agulo impresiona no solo por su arquitectura. Los alrededores del pueblo son un verdadero paraíso para los amantes de la naturaleza. Una visita imprescindible es el mirador de Abrante: una plataforma de vidrio que se proyecta sobre el acantilado durante cientos de metros. Pisarla es experimentar la vertiginosa sensación de flotar sobre el vacío, con unas vistas impresionantes de todo el pueblo y la costa. Muy cerca se encuentra el monumento natural Roque Blanco, donde en 27 hectáreas crecen especies vegetales raras, incluido el madroño. Y en la presa de Las Rosas se puede disfrutar del silencio, roto solo por el canto de los pájaros.
La vida en Agulo transcurre al ritmo de antiguas tradiciones. Cada año, el 24 de abril, las calles se iluminan con hogueras en honor a San Marcos. Es una celebración popular espectacular donde se mezclan rituales religiosos y creencias paganas. Locales y visitantes saltan sobre las hogueras hechas de madera de sabina, llenando el aire de un aroma intenso y creando un espectáculo nocturno inigualable. El pueblo también es famoso por sus dulces artesanales. Disfrutar de estos postres acompañados de una taza de café en una de las terrazas es un pequeño placer que complementa a la perfección la experiencia del viaje.
El otoño se considera uno de los mejores momentos para visitar este rincón de La Gomera. El clima suave permite recorrer cómodamente los senderos, y la vegetación se muestra especialmente exuberante tras las primeras lluvias. Además, es una época más tranquila, libre de las multitudes turísticas. Agulo, que a veces se compara con las Azores por sus paisajes, sigue siendo un tesoro español único. Esta combinación de naturaleza virgen, costumbres preservadas con esmero y la hospitalidad de sus habitantes conquista a quienes lo descubren.





