
En el Gran Ducado de Luxemburgo se avecinan tiempos de cambio, y no solo por la reciente abdicación del Gran Duque Enrique. Su hijo y sucesor, el Gran Duque Guillermo, junto a su esposa Estefanía, parecen decididos a reescribir radicalmente las reglas de la vida monárquica, tomando como ejemplo la experiencia de otras casas reales europeas, incluida la española.
La primera y más sonada decisión de la nueva pareja gobernante fue rechazar la tradición centenaria de mudarse a la residencia oficial de los monarcas, el castillo de Colmar-Berg. Este majestuoso edificio, situado en el pintoresco valle del río Alzette, ha sido el hogar de la familia gobernante desde 1964. Sin embargo, Guillermo y Estefanía consideraron que el esplendor y la formalidad del gran palacio no encajaban con su visión de un ambiente familiar acogedor. Optaron por quedarse en el castillo de Fischbach, rodeado de naturaleza, donde, según ellos, se dan las condiciones ideales para criar a sus hijos, los príncipes Carlos y Francisco.
Sin embargo, Fischbach es solo un refugio temporal. En una declaración oficial publicada el 17 de julio, la pareja compartió planes mucho más ambiciosos. Tienen la intención de construir una vivienda moderna y privada en el mismo recinto de la finca Colmar-Berg. En el comunicado, Guillaume destacó que, como futuro jefe de Estado y como padre, considera su deber encontrar un equilibrio entre el servicio a la nación y la vida familiar. Expresó su convicción de que, para un desarrollo adecuado y una buena preparación para sus futuras responsabilidades, sus hijos deben crecer en un ambiente doméstico lo más privado y cálido posible, y no en los salones oficiales de la residencia institucional.
Este enfoque puede parecer revolucionario para el conservador Luxemburgo, pero encaja perfectamente en la tendencia europea marcada por los monarcas de nueva generación. Aquí es imposible no establecer un paralelismo con España. El rey Felipe VI y la reina Letizia tomaron una decisión similar hace años. En lugar de ocupar los apartamentos del Palacio de la Zarzuela, donde todavía reside la reina Sofía, permanecieron en el llamado «Pabellón del Príncipe», una vivienda más moderna y compacta dentro del mismo complejo. Fue allí, lejos del exceso de atención pública, donde crecieron sus hijas: la princesa Leonor y la infanta Sofía.
El caso de España no es el único. Al otro lado del Canal de la Mancha, el rey Carlos III del Reino Unido, tras ascender al trono, tampoco tiene prisa por mudarse de su acogedora Clarence House al pomposo Palacio de Buckingham, que siempre ha sido la residencia oficial del soberano. Todo esto evidencia un cambio global en la mentalidad de las monarquías europeas. Ya no desean ser prisioneros del protocolo ni de antiguas tradiciones cuando se trata de lo más importante: la familia. La elección de la pareja de Luxemburgo lo confirma: la monarquía moderna busca acercarse más a la gente y demostrar que los deberes reales son perfectamente compatibles con los valores humanos más sencillos.






