
Esto sucedió en el caluroso verano de 1970. El príncipe Carlos, de veintiún años y heredero al trono británico, realizó su primera visita oficial a Estados Unidos acompañado de su hermana, la princesa Ana. En aquel entonces, la prensa internacional consideraba al joven Carlos como el soltero más codiciado del planeta. Su llegada a Washington no pasó desapercibida, especialmente para el presidente en funciones, Richard Nixon, quien mostró un claro interés en que su hija mayor, Trisha, pasara el mayor tiempo posible con el príncipe.
El plan del mandatario estadounidense, gran admirador de la monarquía británica y de su deslumbrante glamour, era simple y ambicioso. Veía en esta visita una oportunidad única para emparentar con la familia real. El programa de actividades del príncipe estaba organizado para acercar lo más posible a los jóvenes. Trisha mostraba la capital al distinguido huésped, luego asistieron juntos a un partido de béisbol en el estadio RFK, donde se sentaron uno al lado del otro, y la culminación fue una cena de gala para 700 invitados. Después tuvo lugar un baile, donde Carlos y Trisha, sentados en la misma mesa, salieron juntos a la pista de baile. El presidente Nixon, observando la escena, estaba exultante de felicidad.
Tricia Nixon era una joven encantadora, segura de sí misma y moderna, con una melena rubia. La prensa no dejaba de especular sobre su posible romance con el príncipe. Sin embargo, detrás de los actos meticulosamente organizados se escondía una disonancia fundamental. Por aquel entonces, Charles era un joven inexperto y tímido, evidentemente incómodo con el estatus de ‘símbolo sexual’ que se le atribuía. En todas las fotos junto a la hija del presidente, parecía algo asustado. Finalmente, los periódicos los bautizaron como ‘la pareja que nunca fue’.
En realidad, nunca pudo haber un romance. Pocos meses después de aquella visita, Tricia se casó con su antiguo amor, el abogado Edward Cox, graduado en Harvard. Su boda en el jardín de la Casa Blanca se convirtió en uno de los eventos más memorables de la crónica presidencial. El destino de Charles, como se sabe, fue mucho más complicado. Ya en aquel lejano 1970, su corazón pertenecía a otra mujer: una joven aristócrata llamada Camilla Shand. Su historia se prolongó durante décadas, antes de que finalmente pudieran casarse.
El propio Carlos III recordaba años después con humor los intentos de Nixon de casarlo. En una entrevista a principios de los 2000, contó con una sonrisa cómo «intentaron emparejarme con Tricia Nixon». Más tarde, ya como rey, volvió a bromear sobre este asunto en un banquete, señalando que bien podría estar casado hoy con una estadounidense. Su esposa, la reina Camila, escuchó esa observación con una leve sonrisa. El gran proyecto político del presidente, frustrado por la falta de sentimientos mutuos, se convirtió en una curiosa anécdota histórica.






