
En el corazón de Castilla-La Mancha, rodeada por los abruptos paisajes de la provincia de Cuenca, se esconde una joya medieval: el pequeño pueblo de Alarcón. Un lugar donde el tiempo parece haberse detenido entre las sólidas murallas de su castillo y las curvas del río Júcar. Pero el mayor secreto de Alarcón no está en su famoso castillo, sino tras la sobria fachada de la antigua iglesia de San Juan Bautista. Por fuera, nada revela el asombro que aguarda al viajero en su interior. Cada año, entre 35.000 y 40.000 personas de todo el mundo llegan aquí para presenciar una increíble fusión entre siglos de historia y arte vanguardista.
En su día fue una iglesia parroquial común, cuya estructura actual data del siglo XVI. Sirvió como centro espiritual de los habitantes de Alarcón durante siglos, hasta que en el siglo XX dejó de usarse con fines litúrgicos y acabó sumida en el abandono. Parecía que su historia había llegado a su fin. Sin embargo, en 1994, el edificio abandonado cobró una nueva vida. El artista Jesús Mateo eligió estos antiguos muros como lienzo para su magnum opus, un proyecto que le requirió ocho años de esfuerzo titánico. Entre 1994 y 2002 cubrió más de mil metros cuadrados de paredes y bóvedas con una pintura monumental.
Este proyecto, respaldado por el obispado local, atrajo la atención de la comunidad internacional incluso antes de su finalización. En 1997, la UNESCO lo reconoció como una iniciativa de interés artístico internacional. Hoy, al entrar, el visitante se sumerge en una dimensión completamente diferente. En lugar de la decoración eclesiástica habitual, lo envuelve un torbellino de color y formas abstractas. Los frescos de Mateo no son simplemente un adorno, sino toda una filosofía: una alegoría visual sobre el origen de la vida, la conexión del ser humano con la naturaleza, la cueva primigenia y el cielo infinito. Los dramáticos contrastes cromáticos, el estilo expresivo y la escala monumental crean un efecto de inmersión absoluta. Más que una galería, este espacio invita a la meditación y despierta vivencias casi místicas.
La transformación de la iglesia de San Juan Bautista no solo devolvió la vida al edificio, sino que también revitalizó todo el pequeño pueblo, donde residen poco más de cien personas. Gracias a esta singular obra de arte, Alarcón apareció en los mapas turísticos mundiales. El flujo de visitantes se ha convertido en un importante motor para la economía local. Este caso ilustra perfectamente cómo las propuestas creativas y valientes pueden salvar el patrimonio histórico del olvido y transformarlo en un atractivo relevante para la sociedad actual. Hoy, el antiguo templo forma parte inseparable del excepcional conjunto histórico de Alarcón, junto al majestuoso castillo —hoy convertido en parador—, las murallas medievales y los pintorescos cañones del río Júcar. Este lugar es una prueba viva de cómo el arte puede reinterpretar el pasado y dotarlo de nuevos significados y emociones.






