
Con la llegada del otoño en el País Vasco (Euskadi) comienza un periodo especial: los viñedos, que se extienden entre el Atlántico y las colinas verdes, se preparan para la vendimia. Es en este momento cuando nace una bebida que desde hace tiempo se ha convertido en la seña de identidad de la región. Se trata del txakoli, un vino blanco cuya historia se remonta a tiempos ancestrales.
Ya en el siglo IX, en las aldeas vascas (caseríos), las familias elaboraban pequeñas partidas de este vino para consumo propio. Entonces la bebida se servía desde cierta altura, como la sidra, para resaltar su frescura y sutil burbujeo. Esta producción estaba estrechamente ligada al modo de vida de los habitantes, a su vínculo con la tierra y el mar. Han pasado los siglos y la tradición no ha desaparecido; al contrario, solo se ha fortalecido.
Hoy el txakoli no solo sigue siendo parte de la vida cotidiana vasca, sino que también está presente en fiestas, reuniones familiares e incluso fuera de la región, en Cantabria, Burgos e incluso en Chile. A partir del siglo XIX, la bebida comenzó a servirse en bares, y la verdadera renovación del txakoli llegó en los años 80, cuando los bodegueros lograron el reconocimiento oficial. Ahora, este vino cuenta con tres denominaciones de origen protegidas: Getariako Txakolina, Bizkaiko Txakolina y Arabako Txakolina. Cada una de ellas tiene su propio carácter, fruto del clima, el suelo y las variedades de uva, como Hondarribi Zuri y Hondarrabi Beltza.
El Txakoli se ha convertido en una parte fundamental del enoturismo en la región. Numerosas bodegas invitan a los visitantes a catas y recorridos, donde no solo se puede degustar el vino, sino también disfrutar de las vistas al océano. Estos recorridos son especialmente populares en localidades costeras como Getaria y Bakio. Aquí, la degustación de vino suele ir acompañada de platos de la cocina local, y los viñedos en terrazas ofrecen un paisaje único que desciende hasta el propio mar Cantábrico.
En la mesa, el txakoli destaca por su marcada acidez y frescura, lo que lo convierte en el acompañante ideal para pescados, mariscos, tapas y el famoso queso Idiazabal. Esta bebida no es solo parte de la gastronomía, sino también un elemento clave de la cultura vasca, vinculado a las fiestas de la cosecha en primavera y a tradiciones centenarias que siguen vivas en cada copa.




