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En Sevilla, una víctima de violencia sufre por un sistema de protección inoperante

El sistema de protección de mujeres en España falló y puso vidas en peligro: ¿por qué guardan silencio las autoridades?

En Sevilla, una mujer que ha sufrido violencia se enfrenta a la ineficacia de una pulsera electrónica. El dispositivo, diseñado para protegerla, no cumple su función. La historia pone en evidencia la vulnerabilidad del sistema y la desesperación de las víctimas.

En Sevilla estalla un escándalo en torno a las pulseras electrónicas que deberían proteger a las mujeres víctimas de violencia de género. Una de las afectadas, a la que llamaremos Julia, lleva un año viviendo con miedo constante: el dispositivo que debía mantener a su agresor alejado ha resultado prácticamente inservible.

Durante un solo fin de semana, la expareja de Julia violó la orden de alejamiento unas treinta veces. A pesar de las múltiples denuncias presentadas ante la policía, los tribunales no pudieron actuar: el sistema de geolocalización registraba erróneamente que era Julia quien se acercaba al agresor. Como resultado, todas las quejas fueron archivadas y el hombre pudo seguir acosándola impunemente.

La presión psicológica y la constante sensación de peligro llevaron a Julia a intentar suicidarse. Su hijo la salvó al intervenir a tiempo. Sin embargo, ni siquiera después de este episodio la situación cambió: la pulsera sigue fallando y las alertas se activan varias veces al día. Cada vez que el dispositivo emite una señal, Julia tiene que llamar al servicio de atención, pero no recibe ayuda. La sensación de desesperanza solo aumenta.

El problema se agrava porque hay demasiadas mujeres en situación de riesgo asignadas a un solo agente de policía. El sistema, simplemente, no da abasto. Julia y su abogada han reunido volúmenes enteros de pruebas de las violaciones, pero debido a errores técnicos, ninguna de ellas ha sido tenida en cuenta. Incluso cuando se encontraban cara a cara con su acosador, la pulsera no reaccionaba.

Los procesos judiciales se prolongan durante años. La última audiencia en el caso de Julia fue aplazada nuevamente — ahora hasta mayo de 2026. Todo este tiempo, la mujer se ve obligada a vivir en constante tensión, temiendo por su vida y su salud. Fotografía su ubicación, graba conversaciones con los operadores, pero nada de esto da resultado. El sistema, creado para proteger, en la práctica se ha convertido en una herramienta de nuevos sufrimientos.

La historia de Julia es solo una entre miles similares en España. Pese a las declaraciones de las autoridades sobre la fiabilidad de las pulseras electrónicas, la realidad resulta mucho más sombría. Las víctimas quedan solas frente a sus agresores y la protección estatal se convierte en una mera formalidad. Mientras las autoridades no reconozcan la magnitud del problema, la situación difícilmente cambiará.

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