
Al inicio del curso escolar, el ambiente en el colegio privado Irlandesas de Loreto en Sevilla era festivo: la institución celebraba su cincuenta aniversario. Sin embargo, la alegría se tornó pronto en conmoción: en octubre, una alumna, Sandra, de catorce años, falleció poco después de las clases. Pronto se supo que la familia de la joven había denunciado en varias ocasiones ante la dirección casos de acoso por parte de sus compañeras, pero la administración no tomó las medidas necesarias.
Tras la tragedia, se desató una ola de indignación en el barrio. En los muros del colegio aparecieron pintadas ofensivas y en las redes sociales comenzó el linchamiento de las presuntas agresoras. Padres y vecinos intentan recuperar la normalidad, pero la constante presencia de la policía y periodistas solo incrementa la tensión. La familia de la fallecida espera los resultados de la investigación, mientras que los representantes del colegio buscan calmar la situación sin asumir responsabilidades.
Escalada del conflicto y consecuencias para todos los implicados
Como respuesta a lo ocurrido, la dirección anunció la puesta en marcha de un programa especial de apoyo al alumnado, pero no aclaró por qué no se activó el protocolo oficial contra el acoso escolar. Paralelamente, la fiscalía y la policía siguen investigando la actuación del centro y analizan los mensajes de Sandra para determinar si el acoso continuaba en internet. Las supuestas instigadoras también están bajo presión: sus fotos y nombres circulan por la red y las amenazas no cesan. Las chicas se ven obligadas a seguir las clases a distancia para evitar situaciones de peligro.
Los padres de ambas partes están sometidos a un estrés extremo. Muchos vecinos del barrio señalan que el ambiente dentro y fuera del colegio se ha vuelto insoportable: cada mañana aparecen nuevos mensajes y tanto niños como adultos no logran deshacerse de la ansiedad. Aunque poco a poco disminuye la presencia policial y de periodistas, la tensión persiste. El alumnado trata de procesar lo sucedido mientras los adultos buscan formas de recuperar la tranquilidad.
Problemas del sistema y búsqueda de soluciones
Especialistas en psicología insisten en que para recuperar la vida cotidiana es fundamental abordar abiertamente lo ocurrido en clase, reconocer errores y trabajar con las emociones de todos los implicados. Sin embargo, la dirección del centro prefiere reservarse los detalles, apelando a las recomendaciones de expertos. Aun así, profesionales advierten que ignorar los signos de acoso y prestar poca atención a la seguridad digital solo agrava la situación.
El personal docente y administrativo también afronta momentos difíciles: muchos desconocían las quejas sobre el acoso y ahora sienten culpa y confusión. Su labor diaria implica manejar la carga emocional y brindar apoyo al alumnado. En el club deportivo donde entrenaba Sandra intentan retomar la rutina, pero la ausencia de la amiga se percibe de manera muy intensa.
Para los vecinos del barrio, esta tragedia recordó otro caso sonado que ocurrió aquí hace muchos años. La gente teme que hechos similares puedan repetirse si no se sacan conclusiones y no se cambia el enfoque frente al acoso escolar. En la fachada del liceo todavía se ven tachadas las palabras «alegría», «justicia», «verdad» y «libertad»; valores que para muchos han perdido su significado original.






