
Entre colinas envueltas en niebla y prados donde pastan ovejas, se esconde un lugar sorprendente en el norte de Navarra. Ziga es un pequeño pueblo que parece detenido en el tiempo. Aquí, el verde no desaparece ni siquiera en invierno, y las casas de piedra con balcones llenos de flores dan la impresión de haber entrado en una ilustración de una antigua fábula.
El mayor orgullo de la localidad es la iglesia de San Lorenzo (San Lorenzo), a la que los habitantes llaman “la catedral de Baztan”. Este imponente edificio, construido a finales del siglo XVI, domina el entorno y evoca una época en la que arte y fe eran inseparables. La fachada del templo, sobria y característica de la era de El Escorial, llama la atención de todo el que llega a Ziga.
A pocos minutos a pie del centro se encuentra un mirador conocido como Mirador de Baztan. Desde aquí se disfruta de una vista impresionante del valle: abajo se extienden los pueblos de Irurita, Lekaroz, Elizondo y Elbete, rodeados de caseríos dispersos, robledales y hayedos. Es un lugar perfecto para comprender por qué esta tierra es tan apreciada por viajeros y amantes de la naturaleza.
Ziga también guarda pequeños secretos. En la iglesia se puede ver un antiguo lienzo que representa a Santa Catalina de Alejandría (Santa Catalina de Alejandría), y junto a él, una obra contemporánea de la artista local Ana Mari Marín dedicada a la tradicional procesión de los vecinos en Egozkue. Detalles como estos muestran el cuidado con el que aquí se conservan las costumbres y el pasado.
Hoy en día, Ziga es un rincón tranquilo y acogedor, al que se llega fácilmente por la carretera construida en 1924. Sus callejuelas estrechas, el murmullo de los ríos y el aroma a leña crean una atmósfera de confort y serenidad. Para quienes están cansados del bullicio urbano y buscan un verdadero descanso, este pueblo es un auténtico descubrimiento.





