En la reciente ceremonia de entrega del prestigioso Premio Planeta de literatura, entre el brillo de los trajes y los flashes de las cámaras, ocurrió un episodio curioso. Las protagonistas fueron la reina Letizia y la popular influencer gastronómica Paula Monreal Barral, conocida en la red como Paufeel. Su Majestad, mostrando un interés genuino, se acercó a la joven y le preguntó directamente su opinión: ¿qué causa menos daño a la figura y a la salud, el torrezno o la croqueta?
Paula, especializada en alimentación saludable y recetas sin gluten, respondió con seguridad y se decantó por el torrezno. Para su sorpresa, la reina, con una sonrisa comprensiva, confesó que comparte la misma opinión. La influencer relató los detalles de esta breve pero significativa conversación más tarde en uno de sus proyectos mediáticos, desatando una verdadera oleada de debates entre dietistas y gourmets. Podría parecer un simple capricho gastronómico, pero en realidad hay toda una filosofía alimentaria detrás.
La pregunta de la reina no era una mera curiosidad. Es bien sabido que Letizia es partidaria de una dieta antiinflamatoria, similar a los principios del doctor Perricone. Este régimen se enfoca en minimizar el consumo de alimentos que provocan procesos inflamatorios ocultos en el organismo. Su base es la reducción de productos ultraprocesados, azúcares añadidos, grasas trans y, lo más relevante en este caso, harina refinada con un índice glucémico elevado.
Aquí reside el punto débil de la tradicional croqueta española. Su delicado relleno de bechamel se elabora con harina de trigo refinada. Durante la digestión, estos carbohidratos se convierten rápidamente en glucosa, provocando un brusco aumento de azúcar en sangre y la liberación de insulina. Estas “montañas rusas” no solo contribuyen al aumento de peso a largo plazo, sino que también crean un entorno favorable para las inflamaciones en el organismo, que a su vez aceleran el envejecimiento y la destrucción del colágeno. El empanizado y la fritura en aceite solo añaden carbohidratos vacíos y grasas poco saludables al plato.
¿Y qué ocurre con el torrezno? Esta corteza de cerdo crujiente, aunque rica en grasas y sal, tiene a su favor la ausencia de harina y azúcar en su composición. En esencia, es proteína y grasa pura, lo que no provoca fluctuaciones bruscas en los niveles de glucosa. Por supuesto, no es un producto para consumir a diario, pero en comparación directa con la croqueta, su impacto en el metabolismo resulta más moderado. Los expertos coinciden en que, si se va a permitir un capricho gastronómico durante el aperitivo, el torrezno es sin duda el mal menor entre ambos.
Sin embargo, los nutricionistas hacen una importante aclaración: no todo el torrezno es igual de saludable. El método de preparación es fundamental. En la mayoría de los bares y restaurantes, para freír se utilizan freidoras industriales con aceites vegetales (de girasol, de maíz), que suelen reutilizarse varias veces. Al recalentar estos aceites, ricos en ácidos grasos omega-6 proinflamatorios, se oxidan y se vuelven tóxicos. Además, la forma tradicional de servir el torrezno con pan y cerveza anula todos sus posibles beneficios. La combinación de grasas con carbohidratos rápidos de la bollería y el alcohol obliga al páncreas a trabajar al límite, mientras que la insulina dirige todos los lípidos ingeridos directamente a los depósitos de grasa. Así, incluso un aperitivo aparentemente inocente, mal preparado o combinado, puede convertirse en una auténtica bomba metabólica.
