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Un psicólogo español explica qué impulsa a las personas a delinquir: del narcisismo a la psicopatía y la ausencia de empatía

Dentro de la mente del criminal: ¿por qué no sienten culpa ni remordimiento?

¿Qué lleva a una persona a cometer delitos? El psicólogo español José Martín del Pliego analiza los mecanismos psicológicos que explican el comportamiento delictivo, la falta de empatía y remordimiento en los delincuentes, y también aclara la diferencia entre psicópata y narcisista.

¿Qué impulsa a una persona a cometer un delito? ¿Qué rasgos de personalidad favorecen este tipo de comportamiento? Estas preguntas suelen quedar sin respuesta para la mayoría, a quienes les resulta difícil comprender los motivos y la frialdad de los delincuentes. El psicólogo español José Martin del Pliego ofrece una explicación desde la perspectiva actual de la ciencia sobre el comportamiento humano.

Según el experto, la conducta criminal puede tener diferentes raíces psicológicas. En parte, esto está relacionado con la herencia genética: en el pasado lejano, la agresividad formaba parte del mecanismo de supervivencia. Hoy en día, estos rasgos se activan en algunas personas bajo ciertas circunstancias. Por ejemplo, los psicópatas carecen de empatía y de vínculos emocionales, lo que les permite matar sin remordimientos. En otros casos, la violencia se convierte en un modelo de comportamiento aprendido para quienes crecieron en un entorno agresivo y sin un apego saludable. Para ellos, la crueldad es una forma habitual de resolver problemas. Existen también quienes cometen crímenes para satisfacer sus propias necesidades, por venganza o para sentir poder y omnipotencia, experimentando placer al controlar la vida y la muerte de otra persona.

¿Pero cómo logran los delincuentes actuar sin remordimientos? El psicólogo Albert Bandura, quien estudió este tema, introdujo el concepto de “desconexión moral”. Este mecanismo permite a una persona apartarse temporalmente de sus valores y justificar conductas antisociales. Con el tiempo, el límite de lo permisible se desplaza, y lo que antes parecía inaceptable se vuelve normal. Así, el comportamiento delictivo se legitima en la conciencia de la persona y el sentimiento de culpa queda completamente suprimido. Ejemplos claros de ello son los soldados en la guerra, los miembros de bandas o los terroristas.

La ausencia de empatía —la capacidad de sentir y comprender los sentimientos ajenos— juega un papel clave en este proceso. La empatía actúa como un regulador natural de las relaciones sociales, haciendo innecesaria la violencia. Los delincuentes carecen de esta capacidad, lo que les permite actuar con una frialdad sorprendente. Por eso, durante los interrogatorios, a menudo relatan sus actos como si sólo fueran observadores.

La inmadurez de la personalidad también puede ser un factor que favorezca el comportamiento delictivo. La capacidad de regular las propias emociones se desarrolla en los primeros años de vida. Si este proceso se ve alterado, la persona no aprende a afrontar las dificultades y en situaciones de estrés actúa de manera impulsiva, intentando eludir la responsabilidad. Un ejemplo clásico es el conductor que huye del lugar de un accidente.

Los psicópatas constituyen una categoría aparte. Este trastorno de la personalidad es difícil de identificar, ya que estas personas suelen ser inteligentes y encantadoras. Detrás de esa fachada se oculta alguien arrogante, que se considera superior a los demás y carece de remordimiento y empatía. La psicopatía se forma en la infancia y, ya en la adultez, puede llevar a conductas antisociales. Algunos psicópatas «funcionales» logran avanzar en su carrera pasando por encima de los demás, mientras que otros, guiados por el aburrimiento, buscan emociones fuertes a través del crimen.

La psicopatía debe diferenciarse de otros trastornos. Por ejemplo, el trastorno límite de la personalidad se caracteriza por inestabilidad emocional e impulsividad, mientras que el narcisismo implica delirios de grandeza y una necesidad constante de admiración. El narcisista, al igual que el psicópata, carece de empatía y utiliza a las personas para lograr sus propios fines. Sin embargo, según del Pliego, los narcisistas son en el fondo muy vulnerables, su ego puede ser herido con facilidad y tienden a victimizarse. El psicópata, en cambio, es completamente indiferente a la opinión de los demás y manipula con mayor frialdad. Si el narcisista comete un delito, sus acciones pueden tener un matiz sádico: el deseo de causar el mayor sufrimiento posible. El psicópata, por su parte, actúa sin emociones, como un cirujano.

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