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El psicólogo Omar Rueda sobre la silenciosa epidemia del narcisismo en la sociedad española actual

Psicópatas encubiertos entre nosotros: cómo identificar y sobrevivir en una relación con un narcisista

Vivimos en la era del narcisismo. Así lo afirma un reconocido psicoterapeuta, quien explica el origen de este fenómeno. Descubre cómo protegerte a ti mismo y a tus seres queridos.

La sociedad actual se enfrenta a un fenómeno que muchos expertos ya no dudan en llamar una pandemia silenciosa. Se trata de un trastorno patológico de la personalidad que, como un virus, penetra en las familias, entornos laborales y círculos de amistad, dejando a su paso ruinas emocionales. Omar Rueda, pedagogo social y psicoterapeuta de Barcelona, ha dedicado más de quince años al estudio de este problema y ha plasmado sus conclusiones en el libro «Narcisos que nos rodean». Su obra no es solo una investigación teórica, sino el resultado de una profunda inmersión en los rincones más oscuros de la psique humana.

De los muros de la prisión a los dramas familiares: orígenes de la investigación

El camino hacia la comprensión de este complejo fenómeno comenzó para Rueda no en la tranquilidad de un despacho, sino en la dura realidad de los centros penitenciarios. Trabajando como pedagogo social en una prisión, se enfrentó a patrones de comportamiento que no encajaban en los esquemas habituales. Más tarde, al ayudar a familias que habían pasado por traumas graves y a niños víctimas de malos tratos, se hacía repetidamente la misma pregunta angustiante: ¿cómo es posible que los padres sean capaces de cometer actos atroces contra sus propios hijos? Con el tiempo, llegó a la conclusión de que existen dos grupos distintos de personas. El comportamiento de unos, más numerosos, podía explicarse por problemas sociales, adicciones o dificultades estructurales de la sociedad. Pero existía otro grupo, más reducido pero mucho más inquietante. Sus acciones eran frías, carecían de empatía y remordimiento, y no podían atribuirse simplemente a circunstancias adversas. Este hallazgo lo llevó a sumergirse profundamente en el estudio de los trastornos de la personalidad, y en particular de la psicopatía encubierta. La investigación se convirtió en una necesidad vital, especialmente porque cada vez llegaban a su consulta más personas devastadas por relaciones tóxicas, sin entender cómo habían terminado en vínculos tan destructivos.

Cómo reconocer a un lobo con piel de cordero

Los manipuladores encubiertos son verdaderos maestros del disfraz. Descubrir su verdadera naturaleza en las primeras etapas de una relación resulta extremadamente difícil, ya que su principal arma es el encanto. Pueden mostrarse como parejas ideales, amigos o colegas, colmándote de cumplidos y atención. Este período, conocido como “bombardeo de amor”, está diseñado para crear rápidamente un fuerte vínculo emocional. Sin embargo, con el tiempo aparecen las primeras señales de alarma. El principal indicador es la discrepancia entre sus palabras y sus actos. La persona puede decir cosas hermosas y correctas, pero sus acciones contradicen esas palabras. Otra táctica es la desvalorización encubierta: críticas disfrazadas de bromas, sarcasmo o menosprecio de tus logros, que poco a poco minan tu autoestima. Estas personas son incapaces de asumir responsabilidades y constantemente culpan a los demás. Cualquier intento de establecer límites personales o decir “no” provoca agresión, presión o chantaje emocional. El objetivo final es aislarte poco a poco de tus amigos y familia para obtener un control total.

La telaraña de la dependencia y el doloroso camino hacia la libertad

Escapar de una relación con una persona así es increíblemente difícil debido al vínculo traumático que se forma. El manipulador utiliza la táctica del «refuerzo intermitente», alternando momentos de calidez y atención aparente con periodos de frialdad distante o castigo. Este ciclo crea en la víctima una tensión emocional constante y la esperanza de que «todo mejorará», haciéndola permanecer en la relación. La presión psicológica constante agota, destruye la autoestima y distorsiona la percepción de la realidad hasta el punto de que la persona deja de confiar en sus propios sentimientos. La ruptura con el círculo de apoyo agrava la dependencia, mientras que el miedo a represalias o al descrédito público paraliza la voluntad. Por eso, salir de este vínculo no se trata solo de una decisión, sino de un proceso largo de recuperación personal. La etapa más difícil, según Rueda, es atravesar el duelo traumático. No se trata solo de la tristeza por la pérdida de la relación, sino del impacto al darse cuenta de que todo en lo que creías era un engaño sistemático y premeditado. Es necesario llorar no solo por la persona, sino por la ilusión, lo que rompe la confianza básica en el mundo y en uno mismo.

¿Nace así o se hace?: naturaleza y crianza del depredador

La clásica pregunta de la psicología «¿naturaleza o crianza?» encuentra aquí una respuesta compleja. Los datos científicos demuestran que el narcisismo patológico surge de la interacción entre predisposiciones genéticas y factores del entorno. Algunos rasgos temperamentales innatos pueden hacer a una persona más vulnerable al desarrollo de dichas características. Sin embargo, el ambiente familiar, especialmente durante la primera infancia, desempeña un papel decisivo. La negligencia emocional, el maltrato, la falta de límites claros o, por el contrario, una sobreprotección idealizadora pueden activar el mecanismo de defensa que da forma a una personalidad narcisista. En otras palabras, no se nace siendo un «narcisista» absoluto, sino que se llega a serlo debido a circunstancias psicosociales. El mundo actual, con su culto al éxito y la autopresentación en redes sociales, se ha convertido en un medio ideal para potenciar estos rasgos. Las plataformas basadas en la exhibición constante y la búsqueda de aprobación solo refuerzan estas tendencias. En última instancia, es importante preguntarse: ¿yo mismo no manifiesto a veces estos rasgos? El narcisismo existe en un espectro, y reconocer nuestros propios patrones tóxicos es el primer paso hacia la empatía y la construcción de relaciones saludables.

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