
Cuando los bulliciosos destinos turísticos de la Costa del Sol pasan a un segundo plano y el alma busca silencio y autenticidad, aparecen en el mapa de Andalucía lugares de atracción únicos. Espacios donde el tiempo transcurre de otro modo, guiado solo por el cambio de estaciones y el lento curso del río. Una de estas joyas, oculta entre los pliegues del parque natural de la Sierra de Grazalema, es Jimera de Líbar, un municipio de doble alma y belleza intacta.
La localidad sorprende por su estructura poco habitual. Por un lado, el propio pueblo, «el pueblo», que trepa por la ladera de la montaña. Su aspecto es un testimonio vivo de la época musulmana: un laberinto de calles estrechas y sinuosas, donde tras cada esquina se abre una nueva panorámica, y fachadas blancas adornadas con coloridas macetas. Muy distinta es la atmósfera en la parte baja, en el valle del río Guadiaro. Aquí se extiende el barrio de la estación, «el Barrio de la Estación», surgido en el siglo XIX gracias a los ingleses que construyeron el ferrocarril. Esta zona es más dinámica y sirve como punto de partida para la mayoría de rutas turísticas y actividades acuáticas.
Precisamente el río Guadiaro es el principal atractivo para los viajeros. Aquí ha formado una serie de piscinas naturales ideales para el baño, verdaderas piscinas naturales. La más conocida es la Charca de la Llana, espaciosa y de fácil acceso al agua, formada gracias a una pequeña presa. Este lugar parece sacado de una escena pastoral: los sauces llorones y los álamos ofrecen sombra fresca, y las zonas acondicionadas para picnic invitan a pasar todo el día. Muy cerca está la Charca de la Ermita, con un encantador puente de madera, y para quienes buscan tranquilidad, a solo un par de kilómetros andando se encuentra el manantial cristalino de Las Artesuelas. El tranquilo curso del río también es perfecto para rutas en kayak y canoa, permitiendo apreciar los imponentes acantilados de caliza del macizo de Libar desde una perspectiva completamente nueva.
Pasear por Jimera de Líbar es como un viaje en el tiempo. La historia ha dejado aquí su huella en cada esquina. El antiguo asentamiento fenicio de Finca del Tesoro, que data de los siglos VII-VI a.C., da testimonio de la antigüedad de la zona. Los romanos dejaron los restos de un puente junto al viejo molino Molino la Flor, hoy convertido en un acogedor alojamiento rural. El trazado de las calles recuerda el largo dominio musulmán, y la iglesia principal, Nuestra Señora del Rosario, se levantó, como manda la tradición, sobre los cimientos de una antigua mezquita. Finalmente, la estación de tren es ya un símbolo de la era industrial, signo de la llegada del progreso a este rincón apartado de España.
Tras un intenso día al aire libre, las tabernas locales invitan a recuperar energías con la contundente cocina serrana. La gastronomía aquí es sencilla, honesta e increíblemente sabrosa. No puedes dejar de probar el “malcocinao”, un espeso guiso de garbanzos con verduras, o las “migas”, el tradicional plato de migas de pan fritas con chorizo y pimientos. Los amantes de lo dulce disfrutarán con los ligeros “suspiros” (merengues), los rollitos de vino “roscos de vino” y las finas tortas de aceite de oliva. Todo este festín suele acompañarse con el vino dulce mistela o con una bebida local única hecha de zarzaparrilla.
Llegar hasta aquí desde la capital de la provincia es sencillo, y el pintoresco camino es ya parte de la aventura, alejándote poco a poco del bullicio de la costa hacia el corazón de la Sierra de Andalucía. Jimera de Líbar no es solo un punto en el mapa. Es una invitación a desacelerar, reencontrarse con la naturaleza, descubrir la historia y saborear la auténtica España, lejos de las multitudes y de los esquemas turísticos habituales.





