
En la zona costera de Cádiz, el acero y el hormigón deben enfrentarse a un entorno marino agresivo. La sal y el viento no perdonan ni siquiera las estructuras más resistentes: en diez años, un metal sin protección puede simplemente desaparecer. Por eso, el puente de la Constitución de 1812, el más largo de España, está bajo la vigilancia constante de un sistema digital desde su inauguración. Su estructura cuenta con 525 sensores que detectan las más mínimas variaciones las 24 horas del día.
Cada día, miles de coches y camiones cruzan este gigante de la ingeniería, mientras barcos y plataformas pasan por debajo. Este puente no solo se ha convertido en un símbolo de la ciudad, sino que también requiere una atención continua de los especialistas. Su estado es supervisado por un equipo de más de 30 personas que trabajan sin días libres. El mantenimiento y la seguridad suponen cada año unos siete millones de euros, una cifra comparable solo al gasto de los mayores túneles del país.
El puente forma parte de un tramo reducido pero estratégico de la red vial: apenas 14 kilómetros de carreteras donde se ubican dos pasos clave: el nuevo puente y el antiguo Carranza, que durante décadas fue la única vía de acceso a la ciudad. Las condiciones climáticas y el intenso tráfico convierten este tramo en un auténtico reto para los ingenieros.
La construcción del puente comenzó en 2008, aunque los planes se debatían desde hacía décadas. Su inauguración tuvo lugar únicamente en 2015 y el coste del proyecto superó los quinientos millones de euros. A pesar de los problemas demográficos de Cádiz, el puente era imprescindible para atender a una aglomeración de más de 700 mil habitantes y para el desarrollo del puerto.
Desde el punto de vista técnico, el puente es una compleja combinación de cuatro estructuras diferentes. El tramo más impresionante está sostenido por 176 cables de acero anclados a dos pilones de 185 metros de altura. Subir a la cima de estos soportes no es tarea para cualquiera: los operarios ascienden una vez a la semana por escaleras y ascensores internos para inspeccionar la estructura y realizar labores de limpieza. De hecho, incluso un halcón ha encontrado allí arriba su lugar habitual de descanso.
El principal centro de control del puente se encuentra en el barrio de San Pedro (San Pedro) de Puerto Real (Puerto Real). En grandes pantallas se muestran los datos de todos los sensores: unos miden la inclinación, otros la elongación o compresión de los materiales, y otros más las vibraciones. El sistema está integrado con cámaras, semáforos, barreras y alumbrado. El software, creado especialmente para esta obra, permite monitorear cualquier cambio en tiempo real. Incluso los cortes eléctricos no son un problema, ya que existen generadores de reserva.
En caso de terremoto, dispositivos especiales pueden bloquear el tráfico para minimizar los riesgos. Durante diez años de funcionamiento, el puente ha soportado huracanes con ráfagas de viento superiores a 100 km/h y no ha requerido reparaciones importantes. Más preocupaciones genera el antiguo Carranza: solo en la primavera de 2024, su restauración ha costado más de tres millones de euros.
El Puente de la Constitución de 1812 no es solo una vía de comunicación, sino también un ejemplo de cómo la tecnología moderna y el esfuerzo humano pueden prolongar la vida de las más complejas estructuras de ingeniería incluso en las condiciones más adversas.





