
Noche de verano en Ceuta. Sobre el fondo de las olas oscuras, cuatro adolescentes se acercan lentamente a una patrullera. Son recibidos por miembros del servicio marítimo, que intentan calmar a los jóvenes, temblando de miedo y frío. Uno de ellos, casi sin fuerzas para mantenerse en pie, agradece al rescatista con un gesto. Ninguno lleva traje de neopreno: solo camisetas y pantalones cortos mojados, y el más pequeño no parece tener más de trece años. Uno se aferra a un flotador desinflado, otro lleva las chanclas bajo el brazo. Esta escena es solo uno de los episodios que ocurren cerca de las fronteras españolas casi a diario.
Desde principios de año, en las aguas y playas de Ceuta han hallado los cuerpos de 30 personas que se atrevieron a nadar desde Marruecos. Esta cifra ya supera la de todo el año pasado, cuando se registraron 21 fallecidos. Solo en un día de septiembre, los buzos recuperaron tres cuerpos del agua, y por la noche lograron rescatar a otro nadador, que fue reanimado a bordo de la embarcación y trasladado al hospital.
El problema se agrava cada vez más. En las últimas semanas, los medios locales han publicado llamados de decenas de familias que no logran localizar a sus parientes tras intentar cruzar el estrecho. En ocasiones se logra identificar a los fallecidos para repatriarlos, pero la mayoría de las veces el proceso se prolonga. Es necesario realizar análisis de ADN, y los familiares en Marruecos no siempre pueden viajar debido a restricciones de visado. Los restos se entierran sin nombre, como ocurrió recientemente en el cementerio musulmán de Sidi Embarek: solo un número en la lápida y la esperanza de que algún día se pueda identificar el nombre.
El sistema no puede hacer frente al flujo. En la morgue faltan refrigeradores y el personal está sobrecargado. Las organizaciones locales y los políticos han planteado repetidamente el problema de la falta de recursos y la imposibilidad de despedir dignamente a los fallecidos. Las autoridades de Ceuta señalan que el número de menores migrantes bajo tutela de la ciudad supera la capacidad del sistema en 20 veces. La mayoría de ellos están alojados en centros temporales y la ciudad se ve obligada a solicitar ayuda al gobierno central para redistribuir a los niños en otras regiones.
El flujo no disminuye ni siquiera en otoño. Solo en los primeros ocho meses del año, más de dos mil personas llegaron a Ceuta, y cerca del 80% lo hizo nadando. Con mal tiempo, el número de intentos aumenta drásticamente; a veces más de un centenar de personas se lanzan al agua en una sola noche. Los guardias fronterizos y rescatistas trabajan al límite, y la coordinación con sus colegas marroquíes no siempre permite evitar tragedias. Con la llegada del otoño, el agua se vuelve más fría y el riesgo de hipotermia y muerte solo aumenta.
Las autoridades reconocen que la situación no se asemeja a los picos bruscos de años anteriores, pero el flujo no se detiene ni un solo día. Para muchas familias a ambos lados del estrecho, esto es un dolor diario y una espera constante de noticias. Y para la ciudad, es una prueba permanente de resistencia.





