
En las últimas semanas, el debate político en España se ha centrado en una sola cuestión: ¿quién está detrás del vertiginoso ascenso de Vox y cómo se puede frenar este fenómeno? Nuevos datos de encuestas muestran que la ultraderecha ya ha arrebatado casi un millón de votos al Partido Popular (PP) y supera con claridad el umbral del 17% de apoyo.
El foco está puesto en el PP, ya que es el partido que más pierde ante los éxitos de Vox. Muchos opinan que el actual líder de los conservadores, Alberto Núñez Feijóo, con su discurso más duro y giro a la derecha, especialmente en temas migratorios, solo empuja a parte del electorado hacia los radicales. Desde el Gobierno se trazan paralelismos con 2015, cuando los socialistas no encontraban la manera de hacer frente a Podemos, pero lograron mantener sus posiciones sin copiar su estilo. Ahora temen que el PP, intentando disputar la agenda a Vox, corra el riesgo de perder aún más apoyos.
Dentro del propio PP reconocen que la retórica de Feijóo se ha endurecido notablemente, aunque lo justifican por las demandas de sus votantes, cada vez más molestos con las acciones del presidente Pedro Sánchez. En su opinión, es Sánchez quien, al insistir constantemente en la lucha contra la ultraderecha y asociar al PP con Vox, contribuye al auge de estos últimos. En el partido reina el nerviosismo: unos consideran que el PP es demasiado blando, otros que se está excediendo. Pero todos coinciden en algo: cada vez es más difícil retener a los votantes.
Los expertos se sorprenden de que el PP, de hecho, siga las reglas de Vox, lo que, en su opinión, solo incrementa la polarización y aleja a parte de los moderados. Los estudios muestran que cuanto más utilizan los partidos tradicionales el lenguaje de los radicales, más se fortalecen las fuerzas extremas. Los sociólogos señalan que el auge de la ultraderecha es una tendencia común en Europa, pero es el comportamiento de la derecha tradicional lo que determina cuán intensa será esta ola.
Preocupa especialmente la popularidad de Vox entre los jóvenes. En este terreno, las redes sociales juegan un papel clave, ya que los ultraderechistas ocupan desde hace tiempo posiciones dominantes. Los algoritmos de las plataformas favorecen la difusión de contenidos cargados de agresividad y desinformación, lo que hace extremadamente difícil combatir este fenómeno. En respuesta, el Gobierno ha creado una unidad especial para analizar los riesgos en el entorno digital, utilizando tecnologías avanzadas y la experiencia de la OTAN para detectar y contrarrestar campañas de odio y noticias falsas.
Las autoridades también están elaborando nuevas leyes para reforzar el control sobre las plataformas en internet y responsabilizar a los propietarios de redes sociales por las consecuencias de las publicaciones. Sin embargo, las ideas extremistas a menudo se propagan fuera del alcance de políticos y padres: incluso en familias progresistas, los adolescentes se encuentran con contenido radical, sin mostrar un interés aparente, pero aun así quedando expuestos a su influencia.
Dentro del gobierno existen discrepancias sobre cómo responder al auge de Vox. Unos abogan por una confrontación dura, considerando a la ultraderecha como la principal amenaza para el país y el mundo. Otros, como los representantes de Sumar, prefieren ignorar a Vox y apostar por iniciativas sociales, como la reducción de la jornada laboral, para recuperar la confianza ciudadana. Pero mientras la ultraderecha sigue ganando terreno y los partidos tradicionales buscan una estrategia eficaz, la sociedad española permanece en un estado de inquieta expectación.






