
En Cataluña, la atención a las personas mayores se encuentra bajo una presión creciente. En los últimos años, el sistema no ha logrado recuperarse de las consecuencias de la crisis económica y la pandemia. Ahora, en el horizonte aparece un nuevo desafío: el envejecimiento de la generación del baby boom, que en las próximas décadas provocará un fuerte aumento del número de personas que necesitarán apoyo.
Según estimaciones del sector profesional, para 2035 el número de residentes mayores de 80 años en la región superará las 644.000 personas, lo que representará cerca del 7% de la población. Además, el crecimiento anual de los mayores de 65 años será de aproximadamente un 2,5%. Si no se llevan a cabo reformas de gran alcance y se incrementa la financiación, el sistema simplemente no podrá soportar tal presión.
Actualmente, en Cataluña ya se registra una grave falta de plazas en residencias y de profesionales de cuidados. Para atender las necesidades futuras, será necesario crear 80.000 plazas adicionales en centros y contratar al menos 26.000 nuevos empleados. Sin embargo, la realidad está lejos de estas cifras: la región solo cuenta con 63.000 plazas residenciales y poco más de 20.000 en centros de día. Las listas de espera para recibir ayuda son de las más largas del país: casi 38.000 personas esperan la valoración de su grado de dependencia y, tras ser reconocidas, la espera para recibir prestaciones o servicios puede durar hasta nueve meses.
Los niveles de cobertura de los servicios están significativamente por debajo de los estándares europeos. Solo hay 13 plazas en residencias de ancianos por cada 100 personas mayores de 80 años, mientras que la media europea es de 16. La situación en el ámbito de la atención domiciliaria es aún más complicada: solo el 4% de los mayores de 65 años recibe ayuda en casa, frente a más del 10% en Europa. Además, la intensidad de este apoyo es mínima — apenas 13 horas al mes, lo que sitúa a Cataluña al final del ranking nacional.
Los problemas se agravan por la falta de personal cualificado. Los jóvenes profesionales muestran poco interés en trabajar en el sector asistencial, y muchos prefieren el ámbito sanitario, donde los salarios son más altos. La diferencia salarial entre instituciones públicas y privadas es tan grande que retener a los empleados resulta casi imposible. Incluso los programas para atraer trabajadores extranjeros no resuelven el problema: la mayoría abandona el sector después de un año.
La financiación sigue siendo uno de los principales puntos críticos. Las autoridades regionales cubren la mayor parte de los gastos, aunque por ley estos deberían repartirse equitativamente con el Estado. En todo el país se destina menos del 1% del PIB al cuidado de personas mayores, mientras que en Europa esta proporción es casi el doble. Los actores del sector insisten en aumentar la financiación al 2% del PIB, lo que permitiría crear nuevas plazas, mejorar los salarios y facilitar las condiciones para las empresas.
Otro problema es la escasa coordinación entre los servicios sociales y sanitarios. A pesar de los acuerdos formales, en la práctica la colaboración entre instituciones y centros de salud suele estar ausente. Esto provoca que las familias se enfrenten a la burocracia y tengan que buscar por su cuenta soluciones para sus seres queridos.
Expertos advierten que, sin un acuerdo sectorial unificado y una integración real de los servicios sociales y sanitarios, la situación solo empeorará. En los próximos años, Cataluña se enfrentará a la necesidad urgente de reformar el sistema de atención a las personas mayores; de lo contrario, la región corre el riesgo de entrar en una crisis profunda.





