
En los últimos meses, Pedro Sánchez ha estado cada vez más en el foco de los medios internacionales, más que de los españoles. Dentro del país, el presidente del Gobierno casi no da entrevistas, mientras que fuera de España es invitado con frecuencia a los principales canales de televisión internacionales. Solo en una semana en Nueva York ofreció varias entrevistas a gigantes estadounidenses y se reunió con periodistas de medios prestigiosos.
Este contraste tiene una explicación sencilla: en el ámbito internacional, Sánchez se siente mucho más libre. Sus posturas, especialmente respecto a la situación en Gaza, cuentan con apoyo e incluso se adelantan a las decisiones de otros líderes europeos. Recientemente, Francia, Reino Unido y Portugal reconocieron a Palestina, repitiendo el paso que España ya había dado hace un año y medio. Las preguntas que le hacen en el extranjero se centran principalmente en la economía, donde las cifras del país resultan impresionantes en comparación con otros Estados de la UE. Los periodistas internacionales apenas preguntan sobre la estabilidad política o los procesos judiciales que preocupan a la oposición española.
En España, sin embargo, la situación es diferente. Mientras Sánchez consolida su imagen de líder progresista en los foros internacionales, en casa le esperan nuevos desafíos. Los casos judiciales relacionados con su familia siguen en primera plana y la oposición basa en ellos toda su estrategia. El pasado fin de semana, al regresar de otro viaje, el presidente del Gobierno se enfrentó a protestas frente al juzgado y a una nueva citación para su esposa. Las autoridades insisten en que estos casos no tienen fundamento serio y no afectarán al gobierno, pero la atención pública hacia ellos no disminuye.
Las noticias económicas, por su parte, siguen siendo positivas: las agencias de calificación mejoran la perspectiva de la economía española y el mercado laboral muestra crecimiento. No obstante, la oposición intenta desviar el foco de la sociedad hacia los escándalos, evitando así debatir los logros en economía o política exterior. Dentro de la coalición gubernamental tampoco reina la armonía: algunos socios, como Junts y Podemos, muestran cada vez más autonomía y pueden bloquear iniciativas clave, como el embargo a la exportación de armas a Israel. La cuestión de la amnistía a Carles Puigdemont sigue siendo un escollo, y con Podemos en el gobierno predomina la incomprensión total.
Mientras Sánchez sigue alternando entre cumbres internacionales y tormentas internas, su futuro político depende de si logra mantener el equilibrio entre dos mundos: el exterior, donde es recibido con aplausos, y el interior, donde la presión no deja de aumentar.





