
En el corazón de Andalucía, en el valle de Lecrín —llamado por los locales ‘el valle de la alegría’— se esconde un verdadero tesoro natural. Entre naranjales y limonares bañados por el sol, donde el aire está impregnado de dulces aromas cítricos, se encuentra un lugar que ofrece refugio del calor veraniego. No es simplemente un sendero, sino una inmersión en otro mundo: fresco, sombrío y lleno de misterios. Se trata de una ruta por el fondo de una garganta conocida como el Barranco de la Luna, situada cerca de la pequeña aldea blanca de Saleres. Es una aventura para quienes buscan algo más que paisajes hermosos, para quienes están dispuestos, en sentido literal, a entrar en el río y descubrir la belleza oculta de la tierra.
Camino hacia la frescura del agua
Todo comienza junto al modesto cementerio rural de Saleres. Desde aquí, un sendero serpenteante desciende atravesando densos huertos, donde las ramas de los árboles se doblan bajo el peso de la fruta. A medida que bajas, el aire caluroso da paso poco a poco a una frescura perceptible y el canto de las cigarras se sustituye por el suave murmullo del agua. Es aquí, en la orilla de una pequeña corriente, donde empieza la parte más emocionante de la ruta. Hay que dejar atrás la tierra firme y animarse a entrar al agua. Los primeros metros pueden resultar extraños, pero el frescor del agua revitaliza y prepara para el momento culminante de esta corta travesía. El camino sigue contracorriente, hasta llegar a la oscura entrada de la garganta que se abre en la roca.
En los brazos de un gigante de piedra
Un paso dentro del cañón y la realidad cambia. La luz del sol casi desaparece por completo, sustituida por una suave penumbra. Altísimas paredes de piedra gris, casi verticales, se cierran sobre la cabeza, dejando solo una estrecha franja de cielo azul. La temperatura aquí desciende notablemente y los sonidos adquieren un eco profundo. El recorrido de unos 700 metros avanza directamente por el lecho del arroyo. En algunos tramos, el agua apenas llega a los tobillos, mientras que en otros sube hasta las rodillas, obligando a avanzar con más lentitud y precaución. Se trata de un avance meditativo entre el silencio y el frescor, roto únicamente por el chapoteo de tus propios pasos y el tenue murmullo del agua, que durante siglos fue esculpiendo la roca y creando curvas y formas singulares.
Testigos de épocas pasadas
Las paredes de la grieta no son solo piedra, sino un auténtico libro de historia. Una mirada atenta revela fósiles de organismos marinos en la superficie pulida por el agua. Estas huellas, dejadas hace millones de años cuando toda esta tierra era el fondo de un antiguo mar, resultan fascinantes. Son un recordatorio silencioso del increíble poder de la naturaleza y del tiempo. En el camino se encuentran pequeñas pozas donde se puede parar a descansar, e incluso diminutas cascadas que resbalan por las rocas cubiertas de musgo. Cada nuevo recodo revela una nueva vista, un nuevo juego de luces y sombras, un nuevo enigma esculpido por el agua en la roca maleable.
Consejos de un viajero experimentado
Todo el recorrido forma un circuito de entre tres y medio y cuatro y medio kilómetros, que se puede completar fácilmente en una hora u hora y media. El desnivel es leve, alrededor de cien metros, lo que lo hace accesible para personas con condición física básica. Sin embargo, es importante prestar atención al equipo. Es imprescindible llevar calzado especial para caminar por el agua o unas zapatillas viejas que no importe mojar. Se recomienda encarecidamente llevar calcetines de neopreno, una funda impermeable para dispositivos electrónicos y ropa de recambio para cambiarse al terminar. Antes de salir, es fundamental consultar la previsión meteorológica: en caso de lluvias intensas, el nivel del agua puede subir bruscamente, convirtiendo la excursión en una actividad peligrosa. El sendero es ideal para pasear con perros, quienes suelen disfrutar la oportunidad de chapotear en el agua. Al terminar el recorrido por el desfiladero, el sendero asciende de nuevo hacia los campos y huertos, permitiendo disfrutar de vistas panorámicas del valle de Lecrín y regresar al mundo del sol y el calor, renovado y lleno de nuevas impresiones.






