
Galicia está llena de rincones secretos donde el tiempo parece seguir su propio curso. Es un mundo de montañas envueltas en niebla, ríos cristalinos y bosques que, en otoño, se tiñen de oro y carmesí. Entre esta belleza virgen se esconden aldeas que han conservado su autenticidad: con calles empedradas, hórreos de piedra y habitantes cuya vida transcurre al pausado ritmo del campo.
Si buscas una ruta diferente para escapar del bullicio de la ciudad, merece la pena adentrarse en el interior de la provincia de Lugo. Allí, en pleno corazón de la comarca de Os Ancares, se encuentra la diminuta aldea de A Pobra de Navia (o Puebla de Navia). En este pueblo del municipio de Navia de Suarna viven apenas unas 300 personas, lo que lo convierte en el refugio perfecto para quienes anhelan silencio y tranquilidad otoñal.
La aldea creció a orillas del río Navia, rodeada de profundas vegas y densos bosques que crean una atmósfera casi mística de paz. Desde el primer momento, uno siente que ha llegado a un lugar especial, donde cada piedra y cada meandro del río guardan secretos ancestrales. El núcleo histórico del pueblo es un castillo medieval, levantado para vigilar un importante cruce de caminos. La fortaleza, conocida como el castillo del conde de Altamira, se alza sobre una gran roca, dominando el valle del río. Aunque gran parte de las construcciones originales han desaparecido o sido reformadas, sigue envuelta en el halo de misterio propio de las antiguas fortificaciones gallegas.
Desde las murallas de la fortaleza se puede contemplar el antiguo puente, A-Pon-te-Vella, cuyos orígenes se remontan a la época románica. Esta construcción de piedra del siglo XV, con un gran arco apuntado en el centro, es una verdadera obra maestra de la ingeniería medieval y uno de los lugares más fotografiados de la región. Es como un testigo viviente de la historia, tendido sobre los siglos. A ambos lados del río hay zonas de recreo y áreas de baño, ideales para hacer un picnic o simplemente observar el curso del agua con el bosque otoñal ardiente de fondo.
El propio pueblo ha conservado una discreta belleza, con sus tradicionales casas de piedra y balcones de madera, aunque el paso del tiempo y algunas restauraciones desiguales también son visibles. El centro de la vida social es la plaza Chao-da-Torre, donde los edificios antiguos conviven con construcciones más modernas. Desde aquí se puede iniciar un paseo hacia las ruinas del castillo y luego adentrarse en el laberinto de callejuelas empedradas, descubriendo en el camino hórreos, fuentes y otros detalles arquitectónicos que revelan el alma de la Galicia rural.
A pesar de su pequeño tamaño, en el pueblo opera la asociación vecinal «Irmandade Naviega». Sus miembros trabajan para proteger y restaurar el patrimonio histórico, sobre todo la fortaleza, declarada Bien de Interés Cultural ya en 1994. Los habitantes luchan por mantener la atmósfera única del lugar y atraer a turistas que ayuden a que su tierra natal siga viva y pueda desarrollarse.
Visitar A Pobra de Navia en otoño es una experiencia casi mágica. Las laderas de las montañas de Os Ancares se visten de tonos que van del verde al cobrizo, el aire se llena de aromas a tierra húmeda y leña, y el murmullo del río acompaña cada paseo como una banda sonora. Es la mejor época para recorrer los senderos, descubrir los pueblos cercanos y, por supuesto, disfrutar de la gastronomía local: platos de caza, el contundente caldo gallego, empanadas y quesos artesanales.





