
Entre los valles pintorescos y picos de la provincia de Almería se alza un testigo de épocas pasadas: el castillo de Vélez-Blanco. Esta monumental construcción, donde la sobriedad gótica se funde con la elegancia del Renacimiento, encierra una de las historias más dramáticas del patrimonio español. Durante siglos fue símbolo de poder y refinamiento aristocrático, pero sus muros guardan un relato de saqueo y dispersión de obras de arte invaluables por todo el mundo. Su joya más preciada, un magnífico patio interior, hoy se encuentra a miles de kilómetros de su tierra natal, convertido en una de las piezas clave de la colección de uno de los museos más importantes del mundo.
De la alcazaba musulmana al palacio renacentista
La historia de la fortaleza comenzó mucho antes de adoptar su aspecto actual. En esta misma colina, que domina el valle de Los Vélez, se alzaba antaño una alcazaba árabe. Un nuevo capítulo en su crónica se abrió a comienzos del siglo XVI. Entre 1506 y 1515, don Pedro Fajardo y Chacón, primer marqués de los Vélez, decidió erigir aquí no solo una construcción defensiva, sino una residencia lujosa. Sus aspiraciones reflejaban el espíritu de la época: el castillo debía exhibir poder militar y, al mismo tiempo, encarnar los ideales humanistas del Renacimiento. Exteriormente mantenía el aspecto imponente de una ciudadela medieval, con murallas y torres robustas, pero sus interiores fueron diseñados con la sofisticación y el confort propios de un palacio. Este dualismo arquitectónico convirtió a Vélez Blanco en un monumento único de su tiempo, donde la fortaleza se fusiona armónicamente con la elegancia de las estancias residenciales.
Un esplendor saqueado
El interior del castillo era impresionante. Los techos estaban decorados con artesonados delicados, las paredes con frisos de madera tallada, y el centro de la composición lo ocupaba un patio realizado con el célebre mármol de Macael. Lo adornaban columnas corintias, relieves escultóricos y gárgolas góticas, una fusión ecléctica pero armoniosa de estilos. Sin embargo, a principios del siglo XX, el castillo cayó en abandono y, ante la falta de leyes de protección del patrimonio en el país, quedó expuesto al expolio. En 1904 ocurrió una tragedia: el singular patio fue desmontado cuidadosamente, piedra a piedra, y vendido a un anticuario francés. Desde Marsella llegó a manos del coleccionista estadounidense George Blumenthal, quien al morir lo donó al Museo Metropolitano de Nueva York. Desde 1964, el patio andaluz se expone en la sala de arte europeo, maravillando al público, ajeno a su dramática historia.
Un patrimonio disperso por el mundo
El patio no fue la única pérdida. Los frisos de madera que representaban los triunfos de César y las hazañas de Hércules pueden verse hoy en el Museo de Artes Decorativas de París y en el Museo Goya de Castres. Parte de los artesonados del techo terminó en el Instituto de Cultura Hispánica de México. A pesar de estas pérdidas irreparables, el castillo de Vélez-Blanco, declarado Monumento Nacional ya en 1931, no ha perdido su grandeza. Sus siete torres, incluida la imponente Torre del Homenaje, aún se alzan sobre la ciudad. Incluso despojado de su corazón de mármol, sigue contando la historia del Siglo de Oro andaluz, el genio de los maestros renacentistas y la fragilidad del patrimonio cultural ante la indiferencia humana.





