
En las últimas semanas, la atención de los madrileños se ha centrado nuevamente en la historia de una anciana al borde de perder su hogar. Maricarmen Abascal, de 87 años, se ha visto obligada a dejar atrás la tranquilidad de la vejez para luchar abiertamente por el derecho a permanecer en el piso donde transcurrió toda su vida. Sus vecinos han salido en su defensa, y una decisión judicial ha pospuesto temporalmente el desahucio. Sin embargo, detrás de este caso se esconde un problema mucho más profundo y recurrente en la ciudad.
Hace siete años, un drama similar tuvo lugar en otro barrio de la capital. En aquella ocasión, Pepi Santiago, vecina de la calle Argumosa durante más de veinte años, acabó en la calle tras múltiples intentos de desahucio. Su caso tuvo una gran repercusión, generó debate público e incluso influyó en la discusión de nuevas leyes de alquiler. Pero, pese a las promesas de los políticos y los cambios temporales en la legislación, miles de familias siguen enfrentándose a la amenaza de perder su casa.
La ciudad donde los jubilados pierden sus hogares
Tanto Maricarmen como Pepi vivieron la misma situación: ambas pagaban un alquiler asequible en zonas céntricas que en los últimos años se han convertido en un codiciado objetivo para inversores y grandes propietarios. Tras un cambio de dueños, el alquiler se disparó de golpe y empezó el proceso de desahucio. El sindicato de inquilinos asumió su defensa, pero ni el apoyo vecinal ni la presión pública garantizan siempre una solución justa.
Pepi, tras largos meses de itinerancia por albergues temporales y residencias, solo logró acceder a una vivienda del fondo municipal gracias a la suerte en un sorteo. Sin embargo, ya no puede regresar a su barrio de siempre: todo ha cambiado y la vida anterior quedó atrás. Maricarmen, por ahora, sigue en su piso, pero no tiene ninguna seguridad sobre su futuro.
Promesas de las autoridades y la realidad
En los últimos años, las autoridades de Madrid han anunciado en varias ocasiones su intención de solucionar el problema de los desalojos. Tras el caso de Pepi, incluso se modificaron las leyes para ampliar el plazo de los alquileres y endurecer el proceso de desahucio. Sin embargo, en la práctica, poco ha cambiado: en siete años se han producido más de 60.000 desalojos en la capital. Las promesas de ofrecer vivienda a quienes la necesitan suelen quedar en el papel, y muchas familias se ven obligadas a pasar meses en hostales o albergues provisionales.
Las historias de Maricarmen y Pepi se han convertido en símbolos de la resistencia ante la pérdida masiva de viviendas en Madrid. Demuestran que ni los grandes anuncios políticos ni las concesiones temporales resuelven realmente el problema. Detrás de cada caso hay vidas que pierden no solo un techo, sino también su forma de vida habitual.
Símbolos de un cambio que nunca llegó
Hoy, ambas mujeres son un recordatorio vivo de que la lucha por una vivienda asequible en Madrid sigue vigente. Cuentan con el apoyo de vecinos, activistas e incluso algunos políticos, pero el sistema continúa actuando en contra de los más vulnerables. A pesar de la presión social, los grandes propietarios inmobiliarios siguen imponiendo sus condiciones y la ciudad pierde su lado más humano.
Mientras las autoridades se limitan a hacer declaraciones y los cambios reales avanzan con demasiada lentitud, las historias de Maricarmen y Pepi siguen siendo relevantes para miles de habitantes de la capital. Su experiencia no es solo una tragedia personal, sino también el reflejo de un problema social estructural que Madrid no ha logrado resolver en los últimos años.






