
El problema de la obesidad hepática, conocida como enfermedad hepática grasa no alcohólica, es cada vez más común en España. Esta condición, que a menudo transcurre sin síntomas evidentes, puede acarrear graves consecuencias para la salud. Sin embargo, los especialistas destacan que la clave para combatir esta afección no son tanto los medicamentos, sino la corrección de la alimentación y el estilo de vida. Está científicamente demostrado que cambios constantes en los hábitos diarios pueden mejorar la situación de manera significativa.
Según los principales especialistas españoles, la dieta y la actividad física constituyen la base del enfoque no farmacológico en el tratamiento. Javier Escalada, responsable del departamento de endocrinología y nutrición de la Clínica Universidad de Navarra (Clínica Universidad de Navarra), señala que la denominación actual de la enfermedad es esteatosis hepática metabólica (esteatosis hepática metabólica, EHMET). Está directamente relacionada con el sobrepeso, la obesidad, la resistencia a la insulina, la diabetes y el síndrome metabólico en general. La acumulación excesiva de grasa en las células del hígado en personas que no abusan del alcohol es su principal característica.
Una alimentación adecuada no solo puede detener el avance de la enfermedad, sino también revertir el proceso. Una dieta equilibrada ayuda a reducir la cantidad de grasa en el hígado, mejorar la sensibilidad del organismo a la insulina y disminuir la inflamación. Esto, a su vez, previene que la enfermedad progrese a etapas más graves, como la esteatohepatitis (esteatohepatitis) o la fibrosis (fibrosis).
Como recomendación general, los médicos aconsejan evitar los alimentos que contienen azúcares simples, especialmente la fructosa, que se encuentra en grandes cantidades en refrescos azucarados y productos de pastelería. También se debe limitar el consumo de harina refinada, grasas trans y eliminar por completo el alcohol, incluso en cantidades mínimas.
La dieta considerada más efectiva para la salud del hígado es la mediterránea. Se basa en una abundancia de frutas, verduras, legumbres, frutos secos, aceite de oliva virgen extra y pescado azul. Además, se caracteriza por un bajo contenido de azúcares añadidos, carne roja y productos ultraprocesados. Una reducción moderada en la ingesta calórica, con el objetivo de perder entre un 7–10 % del peso corporal total, también tiene un efecto positivo significativo. Se consideran también las dietas bajas en carbohidratos; sin embargo, la variante cetogénica no se recomienda como primera opción debido a la falta de estudios de seguridad a largo plazo.
Se presta especial atención al azúcar, en particular a la fructosa añadida, que desempeña un papel clave en la progresión de la enfermedad. Los especialistas aconsejan encarecidamente evitar las bebidas azucaradas, la repostería, los snacks, los cereales de desayuno azucarados, los yogures de sabores y las salsas preparadas. Se recomienda dar preferencia a las frutas enteras.
Entre las bebidas, también hay aliados inesperados. Los estudios muestran que el café y el té verde pueden tener un efecto beneficioso sobre el hígado. Se recomienda consumir dos o tres tazas de café al día, preferiblemente sin azúcar ni crema.
Además de la dieta, otros aspectos del estilo de vida son fundamentales. La actividad física regular, la pérdida de peso gradual y estable, dejar de fumar, así como el control del estrés y garantizar un buen descanso, son partes esenciales de un enfoque integral para el tratamiento. También es importante tratar a tiempo las enfermedades concomitantes.
Para controlar el estado de salud y la evolución de la enfermedad, es necesario someterse a revisiones médicas periódicas. Estas pueden incluir análisis de sangre y, si es necesario, una ecografía hepática para evaluar el estado del órgano.





