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No es pereza, es agotamiento: psicólogos explican por qué después de los 40 cuesta entrenar

Psicóloga Beatriz Romero: después de los 40, el deporte no es estética, sino higiene mental

Muchos enfrentan dificultades después de los cuarenta. Entrenar de forma regular se convierte en todo un desafío. No se trata de falta de motivación. Expertos revelan barreras psicológicas inesperadas.

Para muchas personas que han superado los cuarenta años, mantenerse físicamente activo se convierte en una verdadera lucha interna. Nadie duda de que los músculos son esenciales para la salud, pero una y otra vez las buenas intenciones chocan contra un muro invisible. Expertos en psicología y medicina preventiva en España señalan que la raíz del problema está mucho más profunda de lo que parece y que no se trata simplemente de pereza o falta de fuerza de voluntad.

Investigaciones actuales demuestran que el tejido muscular es uno de los órganos más subestimados en cuanto a longevidad y calidad de vida. Actúa como principal barrera frente a los picos de glucosa en sangre, protege contra la pérdida ósea, participa en la regulación hormonal y combate los procesos inflamatorios. Entonces, ¿por qué, aun sabiendo la importancia del ejercicio, solemos posponerlo? La respuesta reside en la compleja relación entre nuestra psicología y fisiología, que cambia considerablemente con la edad.

Trampas mentales en el camino hacia la salud

Los psicólogos señalan que, después de los cuarenta años, el compromiso con el deporte puede reducirse casi a la mitad. Esto se debe a una reevaluación global de los valores: las prioridades se orientan hacia la familia y la carrera profesional, y los estímulos externos que nos impulsaban en la juventud pierden fuerza. Nuestro cerebro, programado para ahorrar energía y buscar placer inmediato, empieza a percibir el ejercicio físico como un esfuerzo arduo sin recompensas rápidas. El metabolismo se ralentiza, el cansancio aparece antes y los resultados visibles, como la pérdida de peso, requieren mucho más tiempo y dedicación. Así surge un conflicto interno entre la comprensión racional de los beneficios y la falta de deseo emocional para esforzarse. Los especialistas llaman a este fenómeno disonancia motivacional: queremos una cosa, pero la asociamos con experiencias desagradables. Para resolver esta contradicción, la mente empieza a inventar excusas aparentemente lógicas: «empiezo el lunes», «ahora tengo demasiado trabajo», «primero resolveré mis problemas y después». Cada aplazamiento refuerza el hábito de la inactividad, creando un círculo vicioso del que es cada vez más difícil salir. A esto se suma el crítico interno, alimentado por intentos fallidos en el pasado. Etiquetas como «soy indisciplinado» o «no tengo fuerza de voluntad» minan la confianza en uno mismo y apagan la última chispa de entusiasmo.

Un cerebro sobrecargado frente al ejercicio

Otra poderosa barrera es la sobrecarga crónica. Muchas personas de mediana edad no son perezosas, sino que están literalmente agotadas por el ruido informativo, las obligaciones laborales y las responsabilidades familiares. Cuando la mente está saturada, instintivamente evita cualquier esfuerzo adicional que requiera fuerza de voluntad. En ese estado, el cerebro busca alivio, no desafíos. Por eso, al final de un día duro, la elección suele ser el sofá y una serie, y no las zapatillas deportivas y el gimnasio. No es una señal de debilidad, sino un mensaje del sistema nervioso exhausto. La paradoja es que precisamente la actividad física es una de las mejores formas de aliviar el estrés acumulado y reiniciar el cerebro, pero a una persona sobrecargada simplemente no le quedan recursos mentales para dar el primer paso. Los especialistas recalcan que en estos casos no hay que empezar con disciplina estricta, sino con autocompasión y un descanso completo. Reconocer el cansancio sin autocastigo es el primer paso hacia la recuperación.

Los músculos: un órgano insustituible para la longevidad

Los procesos fisiológicos que ocurren en el cuerpo a partir de los 30-40 años solo agravan la situación. Desde esa edad, perdemos entre un 3 y un 8% de masa muscular por cada década, y este proceso, conocido como sarcopenia, solo se acelera con el tiempo. La pérdida muscular desencadena una reacción en cadena de cambios negativos. Disminuye la producción de estrógeno y testosterona, mientras que el nivel de la hormona del estrés, el cortisol, aumenta, lo que nos hace sentir aún más tensos. El metabolismo se vuelve más lento, lo que conduce a un aumento de peso, especialmente en la zona abdominal (grasa visceral), y eleva el riesgo de desarrollar resistencia a la insulina. Nos cansamos más rápido, recuperamos más lentamente tras el esfuerzo y nuestra resistencia se ve seriamente reducida. Los datos científicos son contundentes: la cantidad de masa muscular es uno de los indicadores más precisos de mortalidad por cualquier causa después de los 50 años. Por el contrario, mantener los músculos tonificados mejora el control del azúcar en sangre, estabiliza el equilibrio hormonal y acelera el metabolismo incluso en reposo, factores clave para una longevidad saludable.

Cómo convertir el deporte en un hábito y no en una tortura

Para romper el círculo vicioso, los expertos aconsejan replantear por completo el enfoque hacia el entrenamiento. En lugar de fijarse metas globales como «perder 10 kilos», conviene centrarse en microhábitos y pequeños pasos realistas. Comienza con dos o tres sesiones de ejercicios de fuerza a la semana, eligiendo aquellas actividades que disfrutes o que tengan un significado personal para ti. Es importante desviar el foco de la estética hacia la salud emocional. El objetivo de entrenar a los 40 años no es tener el cuerpo de un veinteañero, sino un cerebro sano y feliz. Asocia el ejercicio con un placer inmediato: pon tu música favorita, pasea por un parque bonito o haz deporte con un amigo. Ritualizar el proceso también ayuda: define de antemano la hora, el lugar y prepara tu ropa. Es fundamental proporcionar al cuerpo los materiales para construir músculo —proteína—, así como asegurar un buen sueño y aprender a manejar el estrés. En definitiva, después de los cuarenta, los músculos dejan de ser solo una cuestión estética y se convierten en un componente vital para la salud.

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